¿Qué tienen en común el primer orgasmo del cine, la victoria aliada y la invención del Wi-Fi? Pues que todos ellos, de una forma o de otra, llevan la firma de Hedy Lamarr. Pese a que la estética de la tercera protagonista de ‘Pin-ups de ayer y de siempre’ se acerque más a la de las baby dolls de los años 30 que a las pin-ups sin duda merece un puesto en esta antología del Sexo Mandamiento.
Su aportación a la sexualidad liberada es casi tan importante como su contribución a la tecnología moderna. Pero, antes de lanzarnos a su increíble historia, remontémonos a sus inicios. Hedwig (si, como la lechuza de Harry Potter) Eva Maria Kiesler nació el 9 de noviembre de 1914 en Viena. Fue la única hija de un matrimonio judío adinerado y culto.
Creció rodeada de arte y ciencia, acudió a las mejores escuelas, donde sus profesores la llegaron a considerar superdotada. Sus padres fomentaron este don y a la tierna edad de cinco años ya era capaz de realizar precoces inventos. Pero los años pasaron, y la tierna Hedy se convirtió en una esbelta mujer (medía 1,70) de ojos verdes.
A los 16 comenzó sus estudios en ingeniería, pero tres años más tarde los abandona para unirse al teatro berlinés. En 1933 estrenó Éxtasis, la primera de sus 34 películas. Esta obra, exponente del frenesí y la libertad sexual reinante en los años 30, muestra a una Hedy de 19 años tal y como llegó a este mundo, lo que la convertiría en la primera mujer en la historia del cine en aparecer desnuda en una película comercial. También es, por cierto, la primera en simular un orgasmo, al menos, en la gran pantalla.
Esta escena la hizo mundialmente famosa, pero también atrajo la atención de indeseables como Friedrich Mandl. Proveedor de munición y maquinaria de guerra (también era íntimo de Adolf Hitler y Benito Mussolini), consiguió arreglar un matrimonio de conveniencia con los padres de Hedy Lamarr y esta se casó ese mismo año en contra de su voluntad.
Obsesionado, intentó desastrosamente conseguir y destruir todas las copias de Éxtasis en las que su mujer aparecía desnuda. Mandl también era celoso y controlador, obligó a Hedy a abandonar su carrera en el cine, no la dejaba salir de casa (a no ser que fuese para acompañarle) y solo podía bañarse o desnudarse cuando su marido estaba cerca.
Pero Lamarr era una mujer de armas tomar y, harta de su marido, decidió escapar. Existen varias versiones sobre esta fuga; unos dicen que su asistenta y ella mantuvieron una relación sentimental y que esta última la ayudó a escapar, otros, que escapó por la ventana del baño de un restaurante.
La versión de la propia Lamarr es que administró un somnífero a la empleada de hogar y que, disfrazada de ella, huyó hasta París en tren. Sea como fuere, la actriz consiguió escapar y vendió sus joyas para conseguir un billete hacia Estados Unidos. Durante el viaje conoció a un empresario de la Metro Goldwyn Mayer y, para cuando pisó tierra en Norteamérica, tenía ya un contrato de siete años con la productora.
Se estrenó en Hollywood como ‘femme fatale’ en Argel (1938) , encarnó a un personaje mítico de la Biblia en Sansón y Dalila (1949) y rechazó papeles míticos en Casablanca y Luz que agoniza, que fueron a parar a manos de Ingrid Bergman .
Acudió a importantes fiestas, era un referente de belleza para las mujeres de la época y copaba las portadas de las revistas. Para ella el glamour nunca tuvo ningún misterio y aseguraba que “no necesitas más que quedarte quieta y poner cara de tonta”. Fue actriz hasta 1958, pero su carrera no se detuvo ahí, también fue pionera en producir sus propias películas.
Hedy Lamarr la inventora
Paralelamente a su carrera de intérprete, Hedy Lamarr continuó siendo ingeniera e inventora. Incluso durante su “esclavitud” (como ella lo definió) como esposa de Mandl siguió con su labor científica. Entregó al gobierno americano toda la información que había reunido sobre su exmarido, los horrores del nazismo y las maniobras tácticas del gobierno alemán.
Inventar fue su pasión, obra suya fueron unos cubitos que convertían el agua en Coca-Cola, también estudio la estructura de las aves y los peces para ayudar a Howard Hugues a crear un avión más rápido. Junto al compositor George Antheil recibió la patente 2.292.387 por su ‘Sistema de comunicación secreta’, una disposición de frecuencias destinada a que los enemigos no pudiesen detectar un torpedo dirigido por radio.
Como viene siendo habitual, los ingenieros navales de la época desecharon su idea y le sugirieron que subastase besos a los soldados, algo típico entre las actrices de la época. ¿Señores invisibilizando y menospreciando a una mujer? ¡Qué raro!
Su invención fue olvidada, no se utilizó hasta 1962 con la crisis de los misiles de Cuba y más tarde también en Vietnam. En la década de los 80 dio el salto a la ingeniería civil y permitió la construcción de nuestro moderno Wi-Fi, del GPS y de la comunicación inalámbrica. La actriz murió el 19 de enero del 2000 a los 85 años, durante sus últimos años vivió recluida pero sus hijos aseguran que nunca perdió el sentido del humor.
Hedy Lamarr no solo dejó un legado de innegable belleza (fue la inspiración para personajes como Blancanieves y Catwoman) y una sexualidad rompedora, sino un ejemplo de que detrás de un físico imponente se esconde un gran cerebro.