Sí, en el mundo azteca había parecidos con la religión cristina. Por ejemplo, existía una especie de confesión de los pecados. También, al igual que en la religión cristiana, esta civilización condenaba los actos homosexuales. Había similitudes incluso en los castigos. Tanto en un lado como otro del océano, aquellos descubiertos manteniendo una relación homosexual eran condenados a muertes dolorosas.
Pero no nos dejemos llevar por los parecidos. No caigamos esa deformación del turista, esa de “anda mira, si comen judías, como en Asturias”. Aunque condenasen la homosexualidad, aunque encontremos estas similitudes, la forma de tomarse, de vivir y de contar el sexo era muy diferente.
Vamos a partir de una última semejanza para ir descubriéndolo. ¿No es cierto que en ambas culturas se realizaban y se realizan figuras e imágenes de los dioses o los santos? En el mundo cristiano las iglesias se encuentran llenas de apóstoles, cristos sufrientes e inspiradas vírgenes marías. Los templos y las paredes de los centros de culto aztecas están repletas de imágenes de sus abundantes dioses como Quetzalcoatl, la serpiente emplumada; Tlaloc, el dios de la lluvia o Coyolxauhqui, diosa de la luna, Coaticue, Yacatechutli… dioses hay muchos en las creencias aztecas.
Entre ellos están los dioses de la sexualidad y, también, los dioses de la prostitución. Y aquí viene una de las diferencias ¿se imagina que hubiera un santo cristiano que venerara la prostitución y al que le rindiéramos culto?
Varias de las imágenes del arte mexicano que han llegado hasta nuestros días representaban actos sexuales. Hay ilustraciones de todo tipo de contactos físicos, incluso de aquellos que eran tildados como perversiones y eran penalizados; este es el caso de las prácticas homosexuales. Yo me imagino que estas imágenes y figuras de carácter sexual eran instructivas para la población que las veía.
Imagino, también, que son producto de las historias que se contaban, aunque no es tan fácil saberlo, ya que una gran cantidad de códices, ilustraciones y grabados aztecas fueron quemados o desaparecidos. Además, mucho de lo que conocemos viene de uno de los primeros estudiosos: Fray Bernandino de Sahagún, un religioso cristiano que, a pesar de que debía ser de carácter curioso, eso no evitaba que escribiera desde la moral cristiana y para audiencia cristiana.
La cultura sexual azteca
Estas representaciones reflejan, no obstante, que en la cultura azteca se hablaba, se dibujaba y se practicaba la sexualidad de una manera más abierta que en el tapado y moralista mundo cristiano de la época.
Por ejemplo, respecto a la homosexualidad, además de imágenes de estas actividades había al menos un dios que practicaba la homosexualidad y protegía la prostitución masculina. Xochipilli, el “noble florido” uno de los dioses del maíz y de la cosecha, se caracterizaba por la ebriedad sagrada y habría heredado su homosexualidad de sus antepasados toltecas. Los toltecas eran predecesores de los aztecas y de ellos salen muchas de sus creencias y tradiciones.
Pero las referencias a la sexualidad no se quedan ahí, Xochipilli tiene una hermana melliza: Xochiquetzal, “Flor de plumas” representada siempre joven, como la más bella entre los dioses. Símbolo del placer, del amor y de la lujuria, cuenta la leyenda que de sus cabellos nacieron los ríos, de su espalda las montañas y de sus ojos los pozos. Las flores que nos alegran la vista fueron creadas desde sus genitales. La diosa de la belleza, casada tres veces y muchas más veces amante; esta diosa, la tentación de los sentimientos lascivos representa no solo el placer, si no la dualidad.
Ella es víctima de la primera violación de la mitología azteca. Y es que Xochiquetzal fue raptada por Tezcatlipoca, el dios de cielo y la tierra, el dios Negro de la oscuridad y los lugares fríos. Este dios, creador omnipresente e invisible llevó a Xochiquetzal a su hogar en las zonas frías del norte, donde la violó.
La furia de Xochiquetzal la llevó después de esto a convertirse en la diosa de las relaciones sexuales y de todas sus desviaciones. La dualidad, como en otros muchos aspectos dentro de la cultura azteca se expresa con la veneración de esta diosa. En palabras de Olympia Villagrán, el culto a Xochiquetzal representa cómo “todos celebramos nuestra sexualidad y la castigamos, buscamos el placer y lo juzgamos, amamos el sexo y deseamos el amor.
Las manifestaciones de la sexualidad en las fiestas cuya patrona era Xochiquetzal son un ejemplo de este contraste. La fiesta de las pintoras y las bordadoras llevaba a hombres y a mujeres a un temazcal, una sauna azteca donde se desarrollaban distintas prácticas, como comer culebras para recuperar su vigor sexual, se dejaban llevar por el goce y los hombres y mujeres intercambiaban roles de género. Cuando salían de allí se confesaban ante una sacerdotisa, pinchándose en la lengua por cada delito sexual que hubiera ocurrido en la sauna.
La sociedad azteca tenía un código moral concreto, pero las desviaciones y sus penalizaciones eran aceptadas. Xochiquetzal no es la única diosa de la sexualidad y de este sentimiento dual. Tlazoltéotl, la diosa de la inmundicia, de las cosas sucias, patrona de los adúlteros. El origen de esta diosa no es tloteco, es huasteco, su traducción etimológica es «comedora de inmundicia» porque al tiempo que era la diosa de toda la transgresión, era purificadora y sanadora de enfermedades.
Es la diosa del parto, con todo su dolor y su suciedad. Al admirar las figuras sexuales de la cultura azteca, destaca la exaltación fálica, resalta el goce más allá de reproducción. La masturbación está muy presente ya que era considerada una metáfora de penetración de la tierra. El semen era símbolo de la fecundación. Ahora, viendo esto, imagínense si hubiéramos sido educados contemplando a Dios masturbarse, viendo a la virgen María copulando con el Espíritu Santo o atendiendo, con curiosidad, a los detalles de una orgía entre Jesucristo y los apóstoles.