Para siempre. Ojalá pudiera tenerte para siempre viviendo en mis sábanas, investigando los lunares de mi piel. Quisiera ser la mano que buscas cuando solo ves oscuridad y el fuego salvaje que no te deja dormir las noches de invierno. Quisiera ser para ti lo mismo que tú eres para mí.

Pero hay cosas que no se pueden conseguir.

Ahora te tengo, frente a mí. Quiero disfrutar de ti, de lo que eres cuando nadie te ve. De lo que ríes cuando nadie te exige que seas otra cosa. De ti, el de verdad.

Y es que, amigo mío, no puedo ocultar el efecto que causas en mí. No sé si es tu voz que me eriza la piel, tu olor que me transporta a días de playa y cama o simplemente es que tú eres mi talón de Aquiles. Y lo peor de todo es que siempre lo serás.

No quiero pensar más en lo que pudo ser y no fue. Hoy, ahora, solo quiero disfrutar de ti. De lo que eres conmigo. Porque al final siempre sales, aunque trates de ocultarte. Lo veo. Te intentas encerrar pero siempre sale ese tú tan puro, ese que es libre.

Sentado te ves indefenso, aunque sabes perfectamente como manejar la situación. Lo tienes fácil, sabes que haré exactamente lo que quieres que haga. Lo que no sabes es que será la última vez. Me cuesta guardar dentro lo que siento, pero no quiero que tu último recuerdo de mí sea el de alguien roto.

Sabes que algo me pasa. Me preguntas. Te lo niego. No me crees. Pero aún así, continúas. Siempre es así. Me acaricias el pelo, llevas tu mano desde arriba hasta las puntas, que se enredan en las yemas de tus dedos. Te acercas a mi cuello, suavemente, me empujas hacia ti. Me besas de esa forma que sabes que me vuelve loca. Y siento algo en el pecho. Algo que tú ya no sientes pero que a mí me hace sentir viva.

Te necesito conmigo, quiero que este momento dure para siempre. Me besas y yo no puedo parar de tocar tu cuerpo, ese que vive en mi mente días y noches. Eres extrañamente bello. Lo más bello que nunca vi. Toco tu piel, beso tu pecho. Tus manos recorren toda mi anatomía, curiosas, aunque se conozcan todos mis huecos de memoria. Ya no puedo parar.

«Hazme tuya» le digo. Sonríe. Siempre fui suya. Me da la vuelta y se pone tumbado sobre mi. Y lo noto, muy suave, meloso. Húmedo. Me agarra fuerte el pelo y lo oigo respirar. Fuerte, sin cuidado. Dame más, lo necesito. «Quiero verte la cara» me gira bruscamente y se pone sobre mí. Dobla mis piernas, estoy totalmente a su merced. Y sigue, cada vez más fuerte, más rápido.

No vas a ser tú siempre el que mande, ya no. Te empujo hacia atrás y me pongo sobre ti. Ahora me toca a mi. Muevo mis caderas, primero lento, quiero que sufras un poco. Después algo más rápido. Me pides por favor que no pare. Cariño, no podría. Y ya me pierdo en tu mirada, no puedo más, acelero mi ritmo hasta que exhausta veo como te vas, disfrutas. Esto te gusta.

Te vistes rápido, tienes que irte. Nos despedimos, me das un beso. Nos decimos que nos volveremos a ver, aunque no sea así. Te observo como te alejas poco a poco. Quisiera darte eso que te falta, que te haga ser tú.

Y aquí estaré, siempre velando por ti. Invisible. 

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