Llovía terriblemente. Eran pasadas las ocho de la noche y salía del metro. ¿Por qué tenía que haber elegido aquel día para usar zapatos altos y vestido? La tormenta ahuyentaba a todas las personas y el tráfico era tremendo.

Me paré afuera de una tienda y al instante se paró frente a mí un auto negro. El conductor bajó la ventana y se asomó sonriente. Era mi vecino, Ángel, quién cayó del cielo sólo para rescatarme y ofrecerme llevarme a casa. Ángel es un hombre de 38 años, mayor que yo. Es alto y grande, el tipo de hombre que me gusta. Mi vecino me encantaba y me sentí muy afortunada de habérmelo encontrado. Habíamos platicado en algunas ocasiones en la calle pero aún así, me sentía extraña en la comodidad de su auto.

Repito, el tráfico era terrible, lo que agradecí momentos después, pues significaría estar más tiempo con Ángel. Platicamos por media hora, prácticamente sin movernos del mismo punto. La lluvia, mi vecino y yo tan dispuesta. Me calenté.

Quería aprovechar la situación pero no sabía cómo, entonces pensé en quitarme las medias húmedas con el pretexto de que me provocarían un resfriado. Entonces subí la falda de mi vestido y jalé despacio una de mis medias hasta el tobillo. Noté de reojo que Ángel me miraba. En un gesto de aprobación, apoyó su brazo en la ventanilla y mordió uno de sus dedos mientras continuaba viendo mis piernas.

Para cuando terminé de quitarme las prendas húmedas, Ángel continuaba observando sin ningún tipo de disimulo:

-Te va a dar más frío, ¿no? – soltó, mientras posaba delicadamente su mano en mi muslo.

Lo observé fijamente y sin desviarle la mirada, introduje su mano en mi cálida entrepierna.

Los cristales comenzaban a empañarse. Su mano abrió camino hasta llegar a mis bragas para descubrir que también estaban húmedas. Sus dedos presionaron mis labios y después hizo de lado mis bragas con gran habilidad. Me penetró.

Mis caderas comenzaron a moverse al ritmo de sus dedos. Gemía. Mientras tanto, Ángel desabrochó su pantalón y comenzó a tocarse sobre la ropa interior. De reojo observé su sexo hinchado y deseoso por salir.

Sin quitarme las bragas, me acomodé en el asiento para quedar frente a él. Estaba muy húmeda y muy excitada. El tráfico seguía sin ceder. Ángel sacó su sexo duro y rojo. Me incorporé y comencé a lamer su sexoLos cristales se empañaron por completo. Nadie sabía lo que ocurría dentro de aquel auto. Yo consentía a mi vecino con la boca y él gozaba. Me aparté un momento y aprovechó para volver a juguetear en mi entrepierna.

Mientras me penetraba con sus dedos, tomé su sexo y comencé a masturbarlo. El tráfico comenzó a disminuir y comenzamos a avanzar lentamente. Por desgracia no estábamos tan lejos de nuestro hogar y aprovechamos un semáforo para corrernos al mismo tiempo. Cuando llegamos a nuestra calle, mi querido Ángel me ofreció tomar una deliciosa ducha con agua caliente para “evitar un resfriado”…

Twitter: @karlagore

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