Cuando comienza a hablar, siempre sé que va a divagar y enlazar una anécdota tras otra. Ella también es consciente de esto y trata de avisarme e incluso me dice: si te aburro, dímelo. Yo niego con la cabeza e intento fijar mi mirada en sus ojos negros.
Como es habitual, no puedo sostenerla durante mucho tiempo y suele acabar, durante unos segundos, clavada en sus carnosos y agrietados labios. Pero trato de encauzarla nuevamente antes de que pueda darse cuenta. Pero hoy no he conseguido hacerlo.
Termina de hablar, dejando la historia a la mitad y se acerca tanto a mí que el lugar en el que estamos se desenfoca ante mis ojos. Cuando quiero darme cuenta, las grietas de sus labios están sobre los míos ofreciéndome un sabor metálico que consigue terminar de transportarme a otro lugar. Desubicada, sintiéndome frágil, me dejó llevar ante ese momento.
Chicas a punto de besarse | Fuente: Unsplash
Notar los pliegues de su lengua contra la mía de forma acompasada y casi violenta es lo que termina de sacarme del lugar en el que estoy y cuando quiero darme cuenta soy yo quien la tiene contra la pared. Mientras utilizo mi rodilla izquierda para rozar de arriba a abajo su entrepierna, muerdo frenéticamente su labio inferior terminándole de abrir las heridas que tiene.
Me paro en seco y la observo. Su boca presenta pequeñas manchas de sangre y lo único que puedo oír es como los latidos de mi corazón y el ritmo de mi respiración se apoderan de mi cuerpo. Me preocupo por si me he pasado. Pero eso solo dura unos segundos.
Presiona mis labios con su pulgar y noto como ella también puede escuchar mi respiración. En ese mismo instante, sin desabrocharme el pantalón, introduce su mano debajo de mi ropa interior y acaricia con suavidad mi clítoris. Mis mejillas se encienden progresivamente, cierro los ojos y solo me sale lamer su pulgar sin llegar a introducírmelo en la boca.
Me tiemblan las piernas y me abrazo a ella provocando que apriete más sus dedos en mí. Quiero morder su cuello, cuando ella me coge del cuello y pone mi cara frente a la suya. Mueve su mano y se introduce en mi vagina. Me lanza una sonrisa fácilmente legible cuando nota su mano completamente empapada. «La culpa es toda tuya«, le contesta mi mirada.
Bruscamente, se separa de mí y me lleva hasta la cama, empujándome a ella. Tirada en el colchón, observo como se quita la camiseta y el sujetador mientras se coloca encima de mí. Es hora de acabar lo que habíamos empezado.