Desde que era muy pequeña me ha gustado jugar a hacer rimar palabras, leer, escribir y escuchar a mi madre recitándonos poesía a mi hermana y a mí antes de dormir. Tenía un libro de poemas de Rubén Darío que me gustaba mucho, especialmente la Sonatina.
Años después cuando estudié para Selectividad la temática de su obra descubrí que entre la temática de sus poesías es recurrente el erotismo y que la protagonista de sus poemas no es la amada ideal, que hay más de una y que todas son pasajeras.
Con todo esto creo que voy a erotizar uno de los pocos poemas que jamás se le hubiese ocurrido hacerlo al poeta nicaragüense y en cuanto a la temática, como no podía ser de otro modo en mí, la he hecho girar en torno a las prácticas sobre BDSM.
Mi versión de la Sonatina surge de haber probado todas las prácticas que en el poema se mencionan. Sé que faltan muchas pero no podía meter todas, el poema cuenta la historia de transformación de la sumisa y en como su Amo la adora, cosa que es obvio que es recíproca en cualquier tipo de relación afectiva pero que muchas veces se pasa por alto en una relación D/s (de dominio y sumisión).
Se tiende a demonizar al dominante, a considerarle un maltratador y sin embargo es el que más admirado está de la fuerza de la sumisa y el que ayuda a canalizarla. Dicho esto, aquí tenéis mi versión de la Sonatina.
La princesa es tan puta… ¿Qué tendrá la princesa?
Los gemidos se escapan de su boca de fresa,
ya ha pedido la fusta y ha pedido el dolor.
La princesa está lívida en su jaula de oro,
está mudo el chasquido de su flogger sonoro,
y a su lado, olvidado, se desmaya su amor.
El dolor da lugar a instintos animales.
Enfadando a su Dueño dice cosas vulgares,
y vestido de rojo, Él la da un bofetón.
La princesa sonríe, su Dueño se divierte;
la princesa se escapa del jengibre candente,
sensación tan extraña en tan extraño «botón».
¿Piensa, acaso, en el dueño de las «bolas de China»,
o en aquel que ha traído sus cuerdas de Argentina
para ver de sus ojos el ardor de arrogancia?
¿O en aquel domador y su sumisa extraña,
o en aquel que creerse se cree el mejor de España,
o en el dueño orgulloso del sadismo de Francia?
¡Ay!, la puta princesa de la boca melosa
quiere ser adorada, quiere ser una Diosa,
que la muerdan muy suave y bajo el cielo follar.
Saborea el azote de aquel que le hizo daño,
ella enreda sus dedos en su pelo castaño.
Va a perderse en los ojos de quien la hace gozar.
Ella quiere la fusta y que la llenen de cera,
pinzas en sus pezones, marcas más duraderas,
que su anhelo siempre fue complacer a su Dueño.
Ella probaría todo, todo aquello que ve,
esperando amarrada a la cruz de San Andrés,
sumisa y de rodillas, siempre ha sido su sueño.
¡La putita princesa de los ojos azules!
Presa queda en sus redes; desea que, Él, la encule
en la jaula de mármol, de esa fría mazmorra;
la mazmorra soberbia que vigila su Dueño,
hasta que ella se rinde y se entrega a su sueño,
el placer que la invade la hace sentir tan zorra.
¡Oh, quién pudiera pensar que estuvieses tan rígida!
La princesa es tan puta, la princesa está lívida.
¡Oh visión adorada fija en mí tus sentidos!
¡Quién pudiera en ti ver todo lo que disfrutas,
—la princesa está lívida, la princesa es tan puta—,
más radiante que el alba, déjame oír tus gemidos!
—«Calma, calma, princesa —dice su cruel amado—;
el ardor del jengibre es algo que ya ha pasado,
posición tan estoica pudiste mantener,
que te quiero princesa, sé que eres tan fuerte,
sé que llegarás lejos, no podré detenerte,
y a mí lado princesa nada has de temer».