Todo el mundo en su infancia termina descubriendo una verdad que le marca para siempre. Es algo que impacta más a los niños que el tema de los Reyes Magos y Papá Noel. Descubrir que tus padres tienen sexo por diversión y no solo por tenerte a ti (y a tus hermanos) es un tortazo de realidad brutal, por lo menos en mi caso.
Una de las veces que les pillé fue en esta época festiva, de familia, cariño, regalos, alcohol y por supuesto sexo. Yo llegaba a casa pronto porque mi plan de salir de fiesta se había ido al traste. Mis amigas y yo no podíamos con tanta juega navideña, y pese a que dije a mis padres que volvería para desayunar, me adelanté. Error que no he vuelto a cometer.
Como digo, yo llegaba a casa después de la cena y, al abrir la puerta, me encuentro un reguero de prendas de ropa por el pasillo con varias luces dadas por la casa y objetos fuera de su sitio. Así que digamos que mis padres no solo tienen sexo por diversión, sino por mucha diversión. Según abrí la puerta, la cerré por fuera y me fui a pasear por mi barrio.
«Una noche se me olvidó cerrar la puerta y cuando me creyeron dormida aprovecharon para, lo que viene siendo, pegarse un revolcón»
En mi soledad nocturna bajo cero me puse a pensar en la de veces que les he pillado en mitad de su intimidad. Probablemente por el frío imprevisto que me estaba chupando (me voy a ahorrar aquí un posible chiste porque no dejan de ser mis padres) la situación me enfadaba.
La primera vez que les pillé era tan pequeña que ni entendí lo que estaba viendo. Sorprendentemente, pese a mis intentos por evitarlo, no he podido borrar esa imagen de mi cabeza. Con el paso de los años he entendido qué pasaba en ese cuarto en el que irrumpí en el momento de la siesta.
Tras ese incidente tomé la medida de llamar siempre antes de entrar en cualquier habitación de mi casa con la puerta cerrada. Una medida insuficientemente eficaz, ya que la siguiente vez no les vi, les oí. Una noche se me olvidó cerrar la puerta y cuando me creyeron dormida aprovecharon para, lo que viene siendo, pegarse un revolcón.
Entonces implementé mi protocolo anti traumas, ya no solo llamaba a las puertas, si no que si yo estaba en una habitación sola, cerraba la puerta para intentar evitar oír lo que pasaba fuera de ella. Una vez más, no conseguí lo que quería.
Un buen día, casualmente también en Navidad, buscaba en el cuarto del ordenador papel de regalo para envolver. Entre los cajones encontré un anillo, pero no de joyería, para que me entendáis. Añadí otra fase al plan anti traumas: no abrir cajones que no fueran míos, ni siquiera los comunes.
Mientras pensaba en estos recuerdos, dejé que pasara una hora larga para que terminaran, si es que no me habían oído, y recogieran. Volví a casa pensando en lo descuidados e imprudentes que parecen en ocasiones. Al llegar, estaba todo recogido y me fui a dormir. A la mañana siguiente todos actuamos como si nada hubiera pasado.
«Una amiga me confesó que sus padres duermen en habitaciones separadas y está segura de que llevan años sin acostarse»
Esa tarde fui a tomar algo con una de mis mejores amigas desde que somos pequeñas. Le conté lo que me ocurrió la noche anterior y, como las otras veces, se rió de la situación. Mis amigas de confianza tienen mucho recochineo con la actividad sexual de la habitación que tengo al lado. Después me confesó que sus padres duermen en habitaciones separadas y está segura de que llevan años sin acostarse.
Así que una Navidad descubrí que hay algo mucho peor que saber que tus padres practican sexo por diversión, y es que no lo practiquen. Eso no significa que no siga con mi plan de cuatro puntos (incluyendo el de no volver a casa antes de lo que he dicho), no quiero tener un recuerdo nuevo para mi precioso álbum de traumas.
Os deseo a todos un 2019 con mucho sexo satisfactorio para vosotros y, por supuesto, también para vuestros padres.