Se conocían de vista. Algún hola, algún gesto con los ojos. Nunca intercambiaron palabra. Se veían y se imaginaban. Tenían esa mecha prendida que aún no ha llegado a la pólvora. Demasiada vergüenza ella para hablarle a él. Demasiado miedo al fracaso él para hablarle a ella. Qué podían hacer… solo eran dos desconocidos.
Ella sabía donde trabajaba él y pasaba por la puerta disimuladamente todas las veces que podía. Él sabía el bar en el que ella quedaba con sus amigos y los fines de semana aparecía por allí. Se miraban. Se saludaban. Poco más. Querían dejar de ser desconocidos pero no sabían como.
Hacía poco que en una ataque de gallardía ella lo había encontrado en redes sociales y lo había agregado. Él aceptó. Pero no intercambiaron ni una sola palabra. Él observaba sus fotos, sus post, daba algún me gusta. Ella nada. Les podía más la vergüenza que las ganas.
Una noche cualquiera coincidieron en un pub. La música estaba muy alta y las luces de colores dificultaban diferenciar entre unas personas y otras. Pero allí estaba ella. Inconfundible entre un mar de desconocidos. Él aprovechó la situación para acercarse.
«-¡Hola!
-«Hola.»
Él sabía que las ganas que le tenía eran mutuas. Sus ojos la delataron. Eran una mezcla de sorpresa y satisfacción. Empezó a hablar en voz baja para él tuviera que acercar su oído a su boca. Él notaba el aire caliente chocar contra su piel y su voz rebotaba en su cerebro como una descarga eléctrica. En un momento ella posó su mano sobre su cara empujándolo hacia ella.
«-Yo te conozco de vista».
-«Y yo a ti, morena.»
Por fin dejaron de ser dos desconocidos. Ella dejó de lado a su grupo y se fue con él fuera del local. Él le puso la mano en la espalda y a medida que salían la dejaba caer.
Una vez fuera empezaron a hablar. Ella le acariciaba el brazo. Él empezó a jugar con su pelo. Cada vez estaban más cerca. Los dos coincidían en el morbo de la situación. Dos desconocidos que se encuentran por fin.
Ella no podía desviar la mirada de su boca. Deseaba tener esa boca entre sus piernas. Él necesitaba tocar su pecho. No era capaz de mantenerle la mirada. Se imaginaba esos ojos mirándolo fijamente mientras se la comía y notaba como algo crecía dentro de su pantalón.
¿Quién sería el primero en dar el paso? ¿Quién rompería el hielo? Ella llevaba un perfume afrutado, dulce y un poco ácido. Tenía ganas de comérsela. No sabía de qué estaban hablando, solo miraba su boca.
En un momento de la conversación agarró sus caderas y la empujó hacia él. Ella enseguida puso sus manos sobre su cara y empujaba sus labios contra los suyos. Las manos de él recorrían su espalda hasta agarrar su culo, no se iba a escapar. Ella buscaba curiosa la hebilla del cinturón. No podían quedarse allí, demasiada gente, demasiado ruido. Querían seguir siendo desconocidos a ojos de la gente.
Cogieron el coche de él. Conducía rápido, brusco. Ella lo miraba, y se mojaba. Mientras conducía a casa ,ella le desabrochó el pantalón y comenzó a comérsela. Suave. Él tenía una mano en el volante y otra sobre su cabeza. Le daba pequeños empujones, quería enseñarle como le gustaba. Ella subía y bajaba. Jugaba con la lengua, arriba y abajo. Le encantaba ese juego.
Una vez llegaron al destino él la apartó para besarla. Salieron del coche y entraron en la casa. Sobre el sofá le arrancó el vestido y las medias. Sentada se quitó las bragas y él con ansia buscaba con la boca su premio. Pasaba su lengua lentamente hasta encontrarse con el clítoris.. Le dio un empujón y se puso encima. Empezó a mover el culo, como una danza, de más a menos. Él agarraba sus caderas y controlaba el movimiento, pero ella era incontrolable. Botaba. Gozaba. Le encantaba aquello. Hasta que él puso las manos sobre la cabeza y suspiraba. Se había ido.
Se quedaron allí, callados. Se vistieron y ella se fue a casa. No necesitaban nada más. Al fin y al cabo solo eran dos desconocidos.