La cosificación u objetivización consiste en la deshumanización de un sujeto para convertirlo en objeto. Así dicho quizá resulte un poco engorroso, pero realmente es una práctica que se desarrolla delante de nosotros constantemente y con la que estamos familiarizados.
En esta entrada voy a hablar de la cosificación de la mujer en el cine, un procedimiento habitual que nos ha forzado a interiorizar la objetivización sexual dentro y fuera de la pantalla.
Sujetos que desean y objetos de deseo
¿Por qué cosificación? Es cierto que objetivización es una palabra igual de válida, pero en el análisis cinematográfico abordado desde la perspectiva de género se habla de cosificar como la degradación a «cosa», palabra que tiene una connotación de aún menos importancia que «objeto».
Para entender este proceso primero hay que saber que el cine se estructura sobre dos sujetos: el que mira (activo)y el que es mirado (pasivo, que se convierte en objeto).
La construcción de los planos determina quién es quién, ya que el espectador se posiciona en el lugar del que mira. Esta tendencia voyeurística es la que le da al cine buena parte de su éxito, porque así el espectador suele tener más información que los personajes.
Traducido al lenguaje de género, resulta que el cine ha situado esencialmente a los personajes masculinos en el sitio de los que miran y a los femeninos entre los que son mirados. Es decir, ha hecho de los hombres sujetos que miran y desean, y de las mujeres, objetos de deseo.
Mujeres fragmentadas, mujeres hipersexualizadas
La foto anterior es un ejemplo de fragmentación del cuerpo femenino, una de las técnicas más útiles y habituales en el proceso de cosificación; la fragmentación consiste en la segmentación del cuerpo, descubriendo al personaje – en este caso, y en la mayoría, al femenino – por trozos.
Esta práctica resulta muy eficaz porque, al reducir a la persona a un cuerpo, es mucho más fácil deshumanizarla y convertirla en mero objeto de deseo. Las partes del cuerpo más recurrentes son los pechos, las nalgas, los pies y las piernas, y manos y boca; en resumen, aquellas relacionadas con zonas erógenas y con el sexo.
A menudo se utiliza la fragmentación para presentar a una mujer; esto, que puede parecer una tontería, no lo es si tenemos en cuenta que el primer paso para identificarnos con un personaje es verle la cara. Al mostrarnos el cuerpo y no el rostro de la actriz, se nos niega, inconscientemente, la primera identificación.
Estos dos fotogramas forman parte de la escena inicial de Lost in translation (Sofia Coppola, 2003), en la que se presenta de manera consecutiva a los protagonistas, Charlotte (Scarlett Johansson) y Bob (Bill Murray).
Tal vez notéis una leve diferencia en la forma de introducirlos: ella es un culo y él una cara. No tengo nada en contra de los culos, pero estoy segura de identificarme más con lo segundo que con lo primero.
Además, la fragmentación del cuerpo de la mujer nos lleva automáticamente a otra conducta habitual, no sólo en el cine, sino en la vida real: la hipersexualización femenina, de la que hablaré en otra entrada porque en esta ya no me da tiempo (me enrollo más que las persianas, sorry).
La cosificación empieza por las piernas
Y ya por terminar, planteo esta pregunta: ¿qué obsesión tiene el cine con las piernas de las mujeres? Hasta en La Sirenita, una peli para niños, ella se quedaba sin voz por un par de piernas – que conducen al príncipe, claro -, el objeto de cosificación femenina por excelencia.
No sólo Tarantino tiene un fetiche cinematográfico con los pies y las piernas de las mujeres: a los cineastas les encanta introducir al personaje femenino con el contoneo de unos tacones o el brillo de la piel – depilada, por supuesto; no vaya a ser… – o de unas medias.
Para ir terminando, por si pensáis que exagero o que la cosificación de la mujer ni es tan habitual ni está tan interiorizada, os animo a que le echéis un ojo a The Headless Women of Hollywood, el blog que recopila carteles de mujeres fragmentadas, cosificadas y, en definitiva, hipersexualizadas.