Desde aquella noche no puede dejar de pensar en ti. Si la vieras… Se muerde el labio cuando te recuerda ¿Qué le hiciste? A mi niña te la llevaste.
Todas las noches me echa de la cama. Todas las noches dormía a su vera, aunque se hubiera hecho mayor. Quizás ya no jugaba con muñecas. Ahora jugaba a salir por las noches y en vez de pintar con las manos se pinta la cara. Mi niña hace tiempo que no es pequeña, pero para mí siempre será la chiquitina del pelo alborotado.
Me quedo pensando, ¿Qué hará con tu recuerdo? Ahora es una niña mala. Ya sus manos no le valen, lo intenta con otras cosas pero, chico, a mi niña la has vuelto loca. Siempre le gustó jugar con sus manos, pero desde que habla contigo le gustan otras cosas. Llegaron bolas y dilatadores y siempre estabas tú al otro lado del teléfono.
Ella empezó a jugar con hombres, venían, se iban y no volvían. Pero tú siempre vuelves. Una y otra vez. Y la haces reír y gritar como nunca lo hice yo. Ahora con quien juega es contigo, y tú con ella. Pero no te pertenece.
Yo la consuelo cuando tú no vienes. Yo la oigo gemir cuando te necesita entre sus piernas y tú no estas. Conozco cada milímetro de su cuerpo y cada mirada que sale de sus ojos. Pero como te mira a ti nunca miró a nadie. Mi niña tiene hambre, pero de ti.
Hoy está contenta. Sabe que vendrás. Se alisa el pelo. Se depila las piernas. Se echa sus cremas. La habitación huele a vainilla y coco. Elige el tanga de leopardo, el que te gusta a ti. Ya me sé como funciona, no le va a durar mucho.
La espera desespera y la pequeña no es paciente. Nunca lo ha sido. Enciende la tele, la apaga. Juega con el móvil. Va al baño. Se vuelve a colocar el pelo. Nunca fue buena dominando sus nervios. Pero me encanta así, nerviosa e impaciente.
De pronto sale de la habitación. Vuelve a los pocos minutos, contigo. Moreno, tú y yo sabemos que la niña quiere jugar contigo. Noto como la miras, te gustan sus piernas, pero más te gusta lo que hay entre ellas. Te habla y no la escuchas, solo le miras la boca. Y la besas. Ella lo deseaba. Os besáis fuerte. Recuerdo cuando me besaba a mí, aunque nunca lo hizo así. Tu mano juega con su camiseta, pasas un dedo por su canalillo y lo llevas a su entrepierna. La tocas por encima del pantalón. Ella acelera su respiración, puedo escucharla, sentirla. Sus manos recorren tu pecho y te quita la camiseta. Le encanta verte así, pero no la dejas tocar. Le quitas el pantalón y el tanga. Sabía que no le iba a durar. La besas entera, cuello, pecho te recreas en sus pezones. Te gusta morder... Y te pide más. Más fuerte, hasta que se le ponen rojos e irritados.
Bajas con la lengua, poco a poco. Te recreas. Hasta llegar al sitio exacto. La empiezo a escuchar. Primero bajito, después fuerte. Su mano está sobre tu cabeza y tú no dejas de chupar. Y sabes donde exactamente porque mi niña se ha vuelto loca.
Le empiezas a meter dedos hasta llegas a cuatro, sin dejar que la lengua descanse. La van a oír los vecinos, pero le da igual, nunca le importó lo que pensaran los demás. Mi pequeña arquea la espalda y grita. Se ha corrido. Hace tiempo que se hizo mayor. Tú la miras, orgulloso. La coges y la pones a cuatro patas. Agarras fuerte sus caderas y empiezas a hacérselo fuerte. Ella grita mucho. Y le dices que ha sido mala, cuando nunca lo ha sido. Una cachetada, dos, tres. Tiene la piel enrojecida y pide más. Cuando estás a punto, la tiras al suelo y le metes el pene en la boca. Ahora eres tú el que grita. A ella se le derrama algo por la comisura.
La besas y te vas. Ella se sienta en la cama y huele las sábanas que aún tienen tu olor impregnado. Me mira, sonríe. Aquí estoy mi niña. Vienes a mi estantería, me coges y me abrazas.
«-Busy, de verdad me gusta este chico, pero más me gustas tú.»
Mi niña, ahí está. Nunca se fue.