Es cerrar los ojos y volver a tu pelo. Descubriendo tu cuerpo, escuchando jadeos, despacio, lento, un segundo de tiempo en el que recorro, recorremos, un mundo eterno de fragmentos, sin miedo, del que busca y encuentra tu oreja y susurra allí dentro las ganas que tengo.
Mi boca muerde primero. Tus labios se abren, sinceros, tu lengua se mueve con tiento mientras mi mano se adentra en tu pelo. Caricias y enredos, besos con calma que engaña, besos que esconden un deseo completo. Me miras, te observo, una sonrisa que da paso al descenso.
Mis manos resbalan mientras mi boca se bebe tu silencio. Los dedos descienden, traviesos, acariciando tu mapa perverso. Las cordilleras de tu piel no son obstáculo para unas manos alpinistas, centradas en llegar a tu monte, a tu cima. Paseo por tu dermis, descubro tus pechos, despojo de ellos cualquier ropa, cualquier elemento que no sean tus senos.
De nuevo te miro a los ojos. Detalles castaños con adornos de fuego. Me despido de tus labios, lo siento, mis dientes ya están en tu cuerpo. Tu cuello, refugio perfecto para expresarte a mordiscos que me tienes, te tengo. Tu piel suave atrapa, tus hombros perfectos se empeñan en que mi boca no cumpla mis planes.
Por fin, en tu pecho. Tus pezones, enhiestos, reciben despacio, muy lento, la visita del ciego. Del que cierra los ojos, del que ve con la lengua mientras acaricia, letal, la piel que cubre un corazón que ya se desboca y unos pulmones que se agitan, inquietos. De izquierda a derecha, de derecha a izquierda, sin olvidarme del centro. Despierto, miro hacia arriba, te encuentro. Esta vez tus manos se entierran en mi pelo.
En tu ombligo me recreo. Lo lamo, lo muerdo, me oriento y recuerdo lo mucho que te gusta cuando en tu ingle me pierdo. Mis dedos siguen su reto, erizan el vello más abajo de tu ecuador. Tu espalda termina, brotan tus curvas, suaves y firmes, ideales para un conquistador intrépido de manos firmes y oscuro deseo.
Mi boca, en su descenso, por fin se reencuentra con mis dedos. Mis huellas dactilares se marcan entre tu ombligo y tu sexo. El rubio hilillo de vello me señala el camino hacia tus desvelos. De pronto, lo encuentro. Acaricio con mis dedos, con mi lengua, con mi nariz y con mis labios todo el contorno de tu epicentro. El monte de mi Venus se vislumbra, no tan lejos, atrapa miradas. Me olvido del resto.
Tu humedad y mis nervios, mi decisión y tus miedos. Por fin nos encontramos, pienso, por fin te tengo en mi templo. Tu pelo resbala en tu espalda, tus ojos se bañan en mis pupilas pidiéndome el fuego que apagó el tiempo. Sonríes. Sonrío. Relájate. Empieza el juego.