La doble vida sexual de las bragas usadas

Ana se define como una chica «normal» que acaba de cumplir 22 años. Estudia tercero de ADE en Barcelona, trabaja en una tienda de ropa, va al gimnasio y tiene pareja. En su vida laboral, universitaria, deportiva, sentimental y sexual la ropa interior tiene el mismo protagonismo que para cualquier persona con una única diferencia: vende sus bragas usadas por Internet.

En cambio, a Swinger shy, su álter ego digital, le excita y seduce la idea de la «tensión morbosa» que otras personas sienten hacia ella. Por eso cuando llega a casa no mete a la lavadora estas prendas, sino que las cuelga en su escaparate digital, donde no tardarán en tener compradores.

Ninette Shibara es farmacéutica, ha soplado 28 velas y también vende online su lencería desde un episodio que le sonará a muchas mujeres que usan Wallapop. Hace cuatro años colgó unos pantalones de los que se quería deshacer, un usuario se interesó por ellos y le propuso comprarle las bragas. Y hasta hoy. Ninette sabía por experiencia con una expareja que ese fetiche es común en muchas personas y, aunque iba viendo noticias que trataban el tema, no le dio importancia hasta que recibió esa oferta.

Bragas usadas
Ropa interior de Ninette Shibara. | Fuente: Ninette Shibara.

El catálogo que ambas ofrecen pasa por tangas, bragas o lencería erótica de todos los colores y encajes. El precio suele ir de 15 a los 30 euros, en función de cómo las hayan llevado puestas. Para Ana, «las reinas son las braguitas usadas durante las relaciones sexuales«, valoradas en 25 euros más gastos de envío.

Que las hayan vestido durante la masturbación o el sexo enciende el interés de sus seguidores. Además, ofrece las que usa en la universidad o en el gimnasio, y es que el sudor, los fluidos íntimos o incluso menstruales son un importante objeto de deseo para su comunidad.

Ninette vende sus bragas usadas normales a 15 euros, pero el precio sube si se trata de lencería de diseño y alcanza los 100. Ambas miman sus perfiles digitales para que los compradores estén seguros de que son ellas, así que también tienen cuentas vinculadas a sus redes sociales. Sus clientes quieren certezas antes de pagar por su fetiche deseado.

Una vez cerrado el acuerdo, que Swinger Shy suele cobrar por Paypal, proceden al envío. Ninette también acepta transferencias pero antes de mandar su ropa interior, porque «hay mucho listillo suelto». Empaquetan sus prendas íntimas con mimo, pues según Ana «el efecto visual es clave», y al vacío para que conserve el aroma y se satisfaga el deseo del comprador.

Bragas usadas
Imagen de ropa interior de Swinger Shy. | Fuente: Swinger Shy.

El mercado de la ropa interior usada

La clientela de Ana y Ninette va mucho más allá de meros fetichistas. Panty.com es un espacio que acoge a compradores y vendedoras para que se pongan de acuerdo sobre los precios, los productos y las condiciones del intercambio. Sus registros cuentan con 90.000 usuarios en el mundo, con un 60% de vendedoras y 40% de compradores.

En España tienen más de 100 vendedoras Premium, que pagan unos 15 euros al mes por suscribirse a la web, actualizan a diario sus páginas, que sirven de fuente de financiación a Panty.com, según portavoces de la página. Elsa Angulo es la responsable de marketing de esta compañía en España: «En nuestra web contamos con varios filtros para la certificación de identidad por parte de las vendedoras y también un sistema de reseñas entre compradores y vendedoras».

Como en Booking, TripAdvisor o cualquier otro espacio digital, ambas partes pueden comentar sobre la experiencia con los clientes o las vendedoras para relatar su fiabilidad. Angulo considera que el principal problema son los clientes que quieren las bragas usadas pero gratuitamente. Intentan ganarse el aprecio de las chicas pero acaban suponiendo «una pérdida de tiempo», mientras que el comprador habitual se interesa por las oferentes y describe bien lo que quiere.

Bragas usadas
Fotografía promocional de Ninette Shibara. | Fuente: Ninette Shibari.

Los artículos más demandados son braguitas normales de algodón, calcetines usados y vídeos o fotos de pies, ya que cada chica puede ofrecer lo que quiera. Ninnete Shibara empatiza con sus seguidores y sus gustos: «Siempre he vivido el sexo de manera desenfrenada, he entendido y tolerado todos los morbos y fetiches; yo muchos los comparto». Tal y como indica Ana, los fetiches especiales como vestidos, zapatos o juguetes elevan el precio de los envíos.

¿Y quiénes son esas decenas de miles de personas que quieren en sus manos la ropa íntima con el olor y fluidos de Ana, Ninette y tantas otras mujeres? Ana encuentra variedad con «chicos desde 18 años, casados, divorciados, padres de familia, abuelos, mujeres…» pero resume en «público de poder adquisitivo con fetiches».

A Ninette le hacen mucha gracia los clientes casados que muchas veces la contactan a escondidas: «en esos casos el envío de la braguita es más dificultoso porque no saben qué hacer pero las quieren». Cree que no puede encasillar a su comunidad, pero concentra en «adolescentes descubriendo su lado oscuro o hurgando en lo más profundo porque temen exteriorizar sus fetiches con chicas de su entorno» y los hombres de entre 30 y 50 años.

Los compradores no son los únicos que disfrutan en este sector. Ana afirma que no vende sus bragas usadas solo por el dinero, sino por el morbo: «el dinero va destinado a comprar lencería, juguetes, vestidos…». A sus seguidores los llama «mis chicos» y los tiene bien instruidos para que incrementen su excitación mandándole «cosas novedosas». Ana, o Swinger Shy, es rotunda: «si lo hiciese por necesidad no lo disfrutaría y no lo haría de la manera que lo hago. No transmitiría nada».

Ninguna de estas dos vendedoras quiere mencionar cifras económicas: «de dinero no se habla». Algunas amistades de Ana y su pareja saben de esta faceta suya. Las amigas y en la farmacia de Ninette están al tanto también. Mientras se escribe este texto Ana lleva unas bragas de color verde oscuro y de encaje. Su compañera de gremio prefiere las grises de algodón. Son sus «favoritas para el día a día». ¿Dónde acabarán esas bragas usadas?

Ropa interior que lleva Ana durante la elaboración del reportaje. | Fuente: Swinger Shy.

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