Marcas. Pequeños rastros de amor furtivo repartidos por toda la piel. Pequeñas y escondidas o grandes y a la vista de todos. Dolorosas pero placenteras. Me gusta cuando me las hace y me gusta verlas cuando ya no está. Ver como van desapareciendo poco a poco y cuando ya no queda rastro de ellas volverte a llamar para que me hagas más.
Hoy me he dado cuenta de que apenas me queda nada tuyo. Tus arañazos sanaron de mi espalda y mi culo. Tus mordiscos se borraron de mi piel. Ya no me duele la cabeza a causa de tus tirones de pelo. Quiero más de ti. Necesito tus marcas.
Nadie sabe, ni sospecha de la relación que tenemos. A simple vista somos dos desconocidos que se saludan si se ven, poco más. Clandestino, prohibido, peligroso, morboso. Nadie sabe, ni sabrá lo que tenemos. Es nuestra forma de hacerlo especial.
Hoy te he llamado para verte. Me has dicho que vienes por la tarde, que quieres dejarme marcas, lo necesitas. Solo escuchar tu voz decir esas palabras hace que un escalofrío recorra mi columna y haga que se me erice la piel. Ejerces un poder sobre mi que nadie más ha tenido.
Me he dejado las uñas largas estos días. Te gusta que te las clave y te haga dibujos con ellas por toda la espalda. Hay quien cree que mis suspiros son por otra persona, sin contar ni saber de tu existencia.
Me has dejado huella, y cada vez que me ves, marcas. Las tapo con maquillaje, digo que son del trabajo. Pero estos moratones tienen nombre y apellidos.
Cuando entras en mi habitación tu perfume lo invade todo. Tus ojos grandes y claros me observan de arriba a abajo. No se pierden un detalle. Me hace gracia ver como tienes de alborotado el pelo, negro como mis braguitas de encaje. Emanas peligro por tus poros, por eso me fijé en ti.
Te acercas a mi rápido. Casi sin hablar, no me dices nada más allá de un «te gusta que te de fuerte ¿verdad, gatita?». Noto tu mano en mi cabeza y como tiras de mi pelo. Lo agarras fuerte y me llevas casi colgando hasta la cama. Me arrancas el vestido y me dejas en ropa interior.
Me miras desde arriba, orgulloso. Me muerdes el muslo, y aprietas. Clavas tus dientes, fuertes sobre mi. «Más» te pido. Empiezas a morderme toda la pierna, dejando marcas por toda mi piel. Agarra mi pelo y me levanta. Quiere que lo bese. Noto como muerde mis labios, yo también los suyos, fuerte y duro.
Me da la vuelta brascamente. Quita mi ropa interior, le estorba. Hace una cola con el pelo y tira hacia atrás. Y lo noto. Un azote, dos, tres. Debo de tener el culo colorado.
«-¿Quieres más?
-Sí.»
Entonces viene una sucesión de golpes sobre mis nalgas. Cada vez más fuertes. El dolor hace que me excite y a la vez provoca escalofríos que me dejan temblando.
Hay un momento que para. Agarra fuerte mis caderas y me penetra sin avisar. «Tira fuerte del pelo» le pido. Me tiene a cuatro, follándome. Tira de mi hasta poner mi cabeza casi al lado de su cara. Escucho su voz susurrando «No te oigo gritar». Me empuja hacia delante, me da la vuelta y se pone encima. Folla fuerte, pellizca mis pezones. Mi piel está erizada por completo y ya no puedo ahogar más los gritos. Me dejo llevar. Sube sus manos hasta mi cuello.
«-¿Quieres?
-Aprieta.»
Sus mano sobre mi cuello y su polla dando fuerte. «Aprieta» le digo con un hilo de voz. Casi me falta el aire. Él va más rápido, cada vez más. Y lo noto. Se corre y quita las manos que me ahorcaban. Respiro hondo. Miro mi cuerpo. Marcas. Por todas partes. Suyas.
Se va. Pero su recuerdo se queda en mi piel. Las marcas de nuestro pacto secreto.