Hacía mucho que no salía a bailar.
Había quedado con mis amigos para salir a beber al lugar de siempre. Sé que ya han pasado unas horas desde que llegamos al bar pero comencé a moverme al ritmo de la música y perdí la noción del tiempo. Sin embargo, me fijé que mi copa estaba vacía (y no era la primera de la noche) y me aproximé a la barra moviéndome entre la gente.
El juego de las luces del lugar y el estado levemente deshinibido en el que me encontraba debido al alcohol fueron la combinación idónea para sentirme dentro de una secuencia de una película mientras esperaba que el camarero me sirviese la siguiente copa. Mientras esperaba, mi vista se perdió entre las personas que tenía alrededor y mis ojos acabaron sobre ella.
El pelo recogido en una coleta un poco deshilachada, se la habría hecho al salir de su casa, pensé. Tenía dos mechones pegados a la cara por el sudor y unos ojos marrones muy intensos.
Noté que su mirada también se clavaba en mí, no supe reconocer al principio si fue porque yo estaba mirándola o si estaba experimentando el mismo magnetismo que sentía yo. Los segundos pasaron, la música se encontraba en segundo plano y ninguna dejó de mirarse.
Era un cruce de miradas fácilmente interpretable. Consenso, seguridad, admiración, deseo…
Comenzó a acercarse a mí y me olvidé de que había pedido una copa cuando noté su mano sobre la mía dirigiéndome hacia algún lugar. Simplemente quería dejarme llevar y así lo hice. Acabamos en los baños del bar. Ella cerró la puerta tras de mí en cuanto entré.
Me besó de una forma delicada pero a la vez intensa. Mis piernas no dejaban de temblar mientras notaba como su lengua se movía lentamente por mis labios y mi boca. Poco a poco, la intensidad se fue incrementando, sus manos acariciaban mi rostro y yo acabé entre ella y la puerta.
Durante unos minutos pensé en la posibilidad de que alguien entrase y notase como mi cuerpo le bloqueaba el acceso, cuando la chica desconocida empezó a dejar la marca de sus dientes en mi cuello a la vez que me desabrochaba el pantalón, dejé de tener eso en cuenta. Es más, comencé a notar que alguien quería pasar, hacía fuerza y todo se volvió más excitante.
Sus dedos se movieron torpes y ansiosos sobre mi clítoris pero, tras un rato sin dejar de sentirla, me fui empapando y el movimiento se volvió suave. Seguían golpeando la puerta pero yo no dejaba de gemir.