Hoy manda el reencuentro, el volver a vernos, el desearnos de nuevo. Atrás quedaron los meses ausentes, de camas rebeldes y frío perenne. De cuerpos que llegan y no se quedan, de compañía ficticia, de fantasías, de nostalgias eternas a las que no sacia ni la imaginación más perversa.
Hoy es el día de recuperar el tiempo perdido, de escupir a la distancia, de salivar nuestros cuerpos y nuestros desvelos. Hoy es el día de abrirte la puerta otra vez, de lanzarme a tus labios para pronto descender, de apagar en tu interior la rabia y el miedo a un hasta luego sin remedio.
Hoy he cerrado los ojos y le he preguntado a mi mente qué le apetece. Me susurra, coherente, que lo primero es tenerte. Tenerte tumbada, a mi lado, vestida, presente. Mi tarea es encender esa llama que bajo tu piel te quema y que tanto te gusta que sople, caliente y haga arder en todo tu ser.
Hoy empezaré por tus pies. Tus zapatos caen al suelo y rompen el silencio sepulcral que no tardará en quebrarse. Desde tus pies asciendo: los acaricio, mientras mis manos ya erizan ese vello travieso que beso, que muerdo y deseo a medida que retiro tus medias de piernas cual columnas helenas.
Hoy bajaré los párpados y recordaré cada milímetro de tu piel. Esas manchas en tu cuerpo, los lunares de la constelación de tu dermis. Contigo aprendí a ser astrólogo y descifrar el ayer, el hoy y el mañana tan solo uniendo con la lengua esos puntos marrones de tu blanca y suave piel.
Hoy agudizaré el oído para volver a disfrutar de tu respiración. Esos gemidos que tu timidez intenta ahogar y que se escapan por rendijas de tu boca perfecta. Cuando cierres los ojos aprovecharé para mirar mi creación: las facciones del placer que llevaba un abismo de tiempo sin ver.
Hoy volveré a morder la cara interna de tus muslos después de retirar esas bragas de encaje a las que siempre envidié. Te volveré a desesperar, juguetón, por mi tardanza en llegar a tu sexo, de lamerlo, de palpar su suavidad y hallar el mar en el que todo mi yo quiere nadar y sumergirse.
Hoy subiré con delicadeza ese vestido de flores que tanto te gusta y que tanto me gusta. Especialmente cuando lo hago besar el suelo. Ya tienes mi pelo cerca de tus manos, ya puedes agarrarlo, despeinarlo o guiarlo; yo me dejaré llevar hasta que, sin previo aviso, decida que la rebeldía será placer.
Hoy mis manos se quedarán en tu entrepierna disfrutando de lo que la distancia les privó. Mi cuerpo sigue estirándose rumbo a tu pecho, con tus dos pezones erguidos como los soldados a la espera de su teniente. Siempre me gustó morderlos con más fuerza de la que debiera. La que te espera.
Hoy estaré de nuevo visitando tu cuello. Hoy los ritmos de tu respiración me permitirán recordar que en tus clavículas hay un atajo hacia tu orgasmo. Confieso: sería imposible olvidarlo. Ya te veo: tu olor ya ha cambiado, tu cuerpo se ha combado y sobre tu piel se quema mi cuerpo.
Hoy tu boca será mi penúltima etapa. Apartaré con mimo tu pelo, a menos que me ruegues que lo agarre con fuerza, y volveré a morder esa boca redonda; de labios firmes, pequeños y hambrientos; dientes que chocan con los míos al buscar mi lengua. Las lenguas se tocan, se enredan. Se anhelan.
Hoy mis ojos se encontrarán con los tuyos. Tus pupilas se dilatan si me acerco a ellos para fusionarnos. Nuestros cuerpos ya son uno, nuestras miradas no se separan. Tenía ganas de tenernos, de sentirnos, de desearnos, que mi cama sea una supernova y no el agujero negro de tu ausencia.
Hoy me estás leyendo. Admito que te he puesto sobre aviso, he mostrado mis cartas en la partida que más disfruto al jugar. Queda en tus manos, esas que quiero que arañen mi espalda, decidir si hoy por fin nos encontraremos. Te advierto: esta noche hará que valiera la pena esperar.