¿Quién no conoce la famosa trilogía de 50 sombras de Grey? Es cierto que abre una puerta a conocer el mundo del BDSM pero… ¿es verdad que represente la filosofía BDSM? En Sexo Mandamiento todos conocemos de oídas, hemos leído parte de los libros o hemos visto las películas, al menos para estudiarlo como parte de un fenómeno más amplio. Así que vamos al lío: ¿por qué no basar el BDSM en esta saga?
Lo primero que hay que dejar claro es que 50 sombras es ficción, es cierto que es una historia que atrae por lo novedosa que es, porque se centra en un tema que había permanecido oculto y del que no se hablaba hasta hace poco y que además da morbo porque era, y sigue siendo, algo prohibido pero se ha convertido en un fenómenos de masas. Además, está teniendo una campaña de marketing tan brutal que puede ser preocupante.
Desde la perspectiva feminista, y desde la subcultura del BDSM, entiendo totalmente que se rechace el BDSM presentado en 50 sombras: un hombre que tiene traumas psicológicos y que trata de suplirlos con el BDSM; una chica que piensa que con su amor va a hacer que él cambie. Dejando de lado que él con 27 años ya tenga una empresa, viva en un rascacielos y su familia sea rica (lo normal, lo tiene todo el mundo) y que ella esté en último año de carrera y sea virgen, que por no hacer no ha tocado una sola polla en su vida.
Pero vamos a ver, que el tío tenga experiencia y que ella se deje manipular de esta manera creo que ya nos indica que es un libro bastante fantástico y que poco tiene que ver con la realidad y lo que realmente es el BDSM.
Pero volviendo al señor Grey, un tío que piensa que por dirigirte a él como una autoridad ya de por hecho que eres sumisa: malo. Que a la segunda cita te pase un contrato en el que te diga qué comer, cuánto dormir o el ejercicio que debes hacer, peor. Pero que para rematar la primera vez que juguéis te azote sin haber comprobado tu aguante ante el dolor, sin haber concretado límites y que encima te vea sufrir y no te pregunte por la palabra de seguridad es como para salir corriendo lo más lejos posible.
Y, señoritas, voy a dejarlo muy claro: que un tío te persiga a todas partes para ver si estas bien, que te compre un coche porque él, y solo él, decide que el tuyo no es seguro y que además te persiga con un helicóptero hasta tu ciudad para conocer a tu madre no es romántico, ni él es dominante, ni la historia es bonita.
Es un tío tóxico, una persona obsesiva, controladora y celosa que no está bien de la cabeza, cosa de la que Anastasia debería darse cuenta cuando él le dice que le recuerda a su madre, que su primera relación sea con una señora amiga de sus padres (el síndrome de Edipo, maravilloso señora E. L. James), trastornos alimenticios, que no le gusta que le toquen… Pero, en definitiva, esa relación en el mundo real está abocada a terminar en una relación de maltrato.
Vamos a centrarnos en lo importante, en Anastasia, que al margen de todo lo mentalmente tocado que esté él, quien debería tener dos dedos de frente y decir que no quiere estar con él, que eso no le gusta y que el “amor” (que yo lo veo más como enamoramiento) ni lo puede todo ni debería doler. Nunca, el amor no es un hechizo mágico que te convierte en princesa y que lo puede todo. No Anastasia, tú con tu esfuerzo y trabajando lo puedes todo. No dependas de tu príncipe azul moderno con helicóptero.
Decidir que te gusta el BDSM no debe ser una decisión externa, nadie te puede obligar a cambiar lo que sientes y cómo lo sientes, el amor tampoco. La parte que realmente manda, sobre la que gira toda la escena BDSM es la sumisa (o sumiso) y nunca al revés, el dominante no es quién demuestra hasta donde es capaz de llegar, es el sumiso quien considera hasta dónde cree que puede llegar. Siempre es mejor ir poco a poco y como ya dije: se hablan los límites, se establece palabra de seguridad y por último el tipo de consenso de vuestra relación. Y se propone pero desde luego jamás debe imponerse.