Hoy ha sido un día aburrido. Nada nuevo ni relevante. Mismas tareas, mismo horario, misma vida. La monotonía hecha persona. Me pesa la rutina y me duele el aburrimiento. Y de pronto suena el móvil.
¿A esta hora? ¿Quién es? Me asomo a la pantalla y es un mensaje de Whatsapp. Un escalofrío recorre mi cuerpo y una bola de nervios se instala en mi estómago. Eres tú. Hacía tiempo que no sabía nada de ti. Vuelve a sonar. Respiro hondo ¿Por qué estoy nerviosa? No lo sé. O no lo quiero saber. Sé como acaban estas conversaciones contigo. Nada bien.
Noto como tanteas el terreno. Que cómo estoy, si sigo currando en lo mismo, que sigues con lo tuyo y que por fin tienes tu piso para ti solo. «Espero que vengas algún día». El whatsapp suena y suena. No paras. Curioso y caliente.
Aparcas la formalidad y vas al ataque «¿No me has echado de menos?» Pues claro que sí, pero no te lo puedo decir. Suena de nuevo «¿Cuánto?» Mucho. No ha habido noche en la que no imaginara tus manos sobre mi cuerpo.
Suena mi móvil. Esta vez es una llamada. Veo tu nombre en la pantalla. Me tiembla todo.
«-¿Sí?
-Eso quiero que lo digas después.»
Empezamos bien. Te encanta jugar conmigo porque saber que me dejo ganar.
«-¿No prefieres escucharme en persona?
-Lo haré, pero para eso tienes que venir calentita.
-¿Qué me harías?
-«Puff… para eso necesito que te quites la ropa.»
Empieza el juego. Tu voz suena suave y tranquila a través del teléfono. Me tumbo en la cama, me he quedado solo con las braguitas puestas.
-«Escúchame atentamente, quiero que hagas todo lo que te diga.»
Me pides que me acaricie el pecho, están sensibles. Los trato con cuidado. Me voy poniendo a tono, mi respiración empieza a acelerarse.
«-Conozco tu respiración ¿Estás mojada?».
-Sí.
-«Ve bajando las manos despacio. Imagínate que estoy ahí.»
Le hago caso. Sus orden suena en mi cabeza como música celestial. Me va diciendo las cosas que me hará cuando me vea. Le gusta darme suave al principio para ver cómo le suplico que me folle fuerte. Le gusta atarme al cabecero y taparme los ojos para comerme entera. Le gusta hacerme tan suya que se me olvide ser mía.
Las manos hace rato que llegaron al interior de mis bragas. Me pide que le describa lo que voy haciendo paso a paso. Mi voz suena bajita, ahogada en gemidos a causa de su magnetismo.
Sigo tus instrucciones. Me acaricio despacito, jugueteo con el clítoris. Noto como se humedece todo más y más. Tu voz suena al otro lado serena, indicándome lo que quieres que haga. Yo necesito ir rápido, tú quieres que vaya lento. Me pides que me meta un dedo, dos, tres. Yo ya no hablo, solo gimo. Tengo la piel de gallina y un calor insoportable. Me pides que me corra. Y me dejo ir. Noto como se mojan mis muslos y mis sábanas.
-¿Sigues ahí?
-Sí.
-Ha estado bien, ¿No?
-La verdad es que sí.
-Esta noche será mejor. Espérame.
Y cuelga. «Esta noche». Esa frase suena en mi cabeza como un anuncio de guerra. Y me voy a dejar ganar.