Mucho se sabe sobre el libre albedrío sexual de los antiguos y sus múltiples formas de pasarlo bien. Hoy vamos a contar la noche más salvaje de una alta aristócrata romana: La gran Valeria Mesalina.
Mesalina fue la tercera mujer del (afortunado y cornudo ) emperador Claudio. Era hija de un cónsul romano y tuvo con Claudio (o con otro) dos hijos: Británico y Claudia Octavia.
Mesalina tuvo una gran influencia política en la época, ya que colaboraba en la toma de decisiones de su marido. Se la ha llegado a comparar con otra gran figura femenina: Livia.
Pero… ¿Qué se hablaba por las calles sobre esta mujer? ¿Qué cotilleaban los romanos de a pie sobre Mesalina? Los rumores, el cotilleo y el morbo llevan moviendo a la sociedad occidental desde hace miles de años, y el imperio romano no se libra.
Mesalina era célebre por la belleza que poseía. Buen cuerpo, una cara perfecta, entraba en los cánones estilísticos más exigentes del imperio. Y le ponía los cuernos al emperador. Salseo del bueno. Y lógicamente, si esta información ha llegado hasta nuestros días es que en su época fue «trending topic» en cantinas y letrinas.
Lo de Mesalina y Claudio bien bien, lo que se dice bien no empezó. La familia de Mesalina estaba en decandencia y ella no tenía el poder económico necesario para optar a ese puesto tan alto del escalafón. Claudio aún no era emperador, pero sí era el hazmerreír de la corte (ser el tío de Calígula no le libraba del bulliying). Ella decía que lo amaba (a su manera) y él, que había tenido ya dos matrimonios fallidos y se había enamorado locamente de ella, aceptó. Y acabó siendo emperador de Roma después de la caída de Calígula. La familia de Mesalina recobró su estatus social y ella usó el poder que ejercía sobre su marido para conseguir desde pequeños caprichos hasta ejecuciones (la que puede, puede).
Sus andanzas en el mundo de la noche no pasaron desapercibidas, pero nadie decía nada (lo de las ejecuciones daba un poco de reparo). El poeta Juvenal narra que Mesalina llegó a prostituirse en el barrio de Subura bajo el apodo de «Lycisca» que significa «mujer-loba»… todo muy sutil.
Pero hubo una noche, LA NOCHE, con mayúsculas y todo. Mesalina, consciente de la fama que había forjado con trabajo y muy orgullosa de ello lanzó un reto a las prostitutas de Roma. Las citaba en palacio, aprovechando la ausencia de Claudio (¿A nadie le da pena este señor?) y les proponía participar en una competición: la que más hombres pudiera «atender» durante la noche ganaría. Del premio no se tiene constancia, tampoco nos interesa mucho.
Las prostitutas de la ciudad de Roma mandaron a una representante. La más famosa de la urbe: Escila. De nacionalidad siciliana, su nombre era el mismo que el del monstruo femenino de «la Odisea» de Homero, que ingería hombres enteros en su paso por el estrecho de Mesina. Claramente esto era una alusión a su gran capacidad amatoria. Los romanos y su sutileza.
Mesalina tiró la casa por la ventana y aquella noche congregó a diversos hombres en palacio, muchos de ellos pertenicientes a la corte y con cargos importantes. Vamos que todos eran «amigos» del emperador Claudio. Además también fueron invitadas muchas mujeres para que fueran testigos de la gesta… y ya si querían participar pues… consumatum est.
Escila y Mesalina compitieron duramente durante toda la noche. Cuentan las crónicas que cuando Escila llevaba la cifra de veinticinco hombres se rindió. Mesalina en cambió siguió hasta el amanecer, contando alrededor de doscientos hombres. Cuando llevaba setenta aún no se sentía satisfecha y decidió seguir hasta alcanzar esa cifra de infarto.
Mesalina, cuando vio que su adversaria se iba le pidió que regresara a lo que Escila se negó. Al irse cuentan los escritos que dijo «Esta infeliz tiene las entrañas de acero». Lo que se dice tener buen perder.
Sabemos que Mesalina murió condenada por Claudio al descubrir este que tenía un amante (Ironías de la vida).
Aunque su final fue trágico, Mesalina fue, ni más ni menos, una mujer libre que quiso disfrutar de su cuerpo y su sexualidad. Aunque quizás, se le fue un poco de las manos… ¿O no?