En un artículo anterior planteábamos el papel y la responsabilidad de la Iglesia católica en la epidemia de los abusos sexuales. Hoy queremos continuar con nuestro análisis a propósito de la reciente cumbre sobre los curas pederastas de todo el mundo.
Cómo estará el asunto que la Iglesia católica, la institución más opaca, corporativa, machista y misógina que existe, (todo feminismo termina siendo un machismo con faldas, acaba de decir el papa Francisco, sin que haya una sola mujer con algo de poder en su estructura) no ha tenido más remedio que reconocer pública y oficialmente su problema en la reciente cumbre,-con nada menos que 190 dirigentes de todo el mundo– monográfica sobre los abusos sexuales de sus sacerdotes a menores y a sus propias monjas.
La herida abierta, imposible de cerrar, ya supuraba pus. El cambiar de parroquia al delincuente y que este siguiera abusando en otro lugar, ya no colaba. Una negligencia histórica inaceptable de los obispos y cardenales, que siempre han mirado para otro lado.
Sin embargo, culpar a Satán de todos los pecados de la carne de sus sacerdotes, como conclusión de esa cumbre, ha sido un escupitajo a las víctimas y a sus familias, legitimando de facto los delitos de los curas pederastas. Violar a un menor sale gratis. Lo ocurrido, por ejemplo, con el caso Marciel Maciel y los legionarios de Cristo fue, además de un gran escándalo que se tapó sí o sí, un patrón de abordaje de los abusos en el seno de la Iglesia católica.
El pastor de más rango, era también el mayor depredador sexual. Era, además, un consumado hipócrita: en su doble vida hacía todo lo contrario de lo que predicaba e imponía a todo su entorno. Claro que, como también llenaba las arcas vaticanas con generosos diezmos, aquello se escondió debajo de la alfombra. La pela es la pela.
El poder y los abusos sexuales
Con todo, este uso deleznable del poder, no hay duda de que excita y transforma a los hombres agresores en individuos egoístas, sin ningún tipo de empatía, que lo único que persiguen es excitarse y correrse, a costa del daño psicológico de por vida que provocan en sus víctimas, siempre vulnerables, sometidas, sin ninguna posibilidad de rebelarse y denunciar.
Esto a ellos les da igual, porque sienten un desprecio absoluto por sus víctimas, rasgo típico del psicópata: un trozo de carne caliente con agujeros que se presta a sus manoseos y que pueden usar a su antojo. Sin ningún riesgo ni peligro. Una víctima revelaba que, a los 62 años, tuvo la valentía de contárselo a alguien, después de leer en la prensa que otra había denunciado a su agresor, un sacerdote marianista que fundó la escuela de fútbol del Atlético de Madrid, que le había hecho lo mismo a él.
¿A cuántos más habría violado? Los testimonios de las víctimas son desgarradores incluso, dice la prensa, que hicieron llorar a los obispos de la cumbre. Lágrimas de cocodrilo porque antes miraron para otro lado o archivaron las denuncias, en una escenografía medieval, bochornosa, de costosas y coloridas casullas, estolas y cíngulos, en esa cumbre que no va a resolver nada. Un lavado de imagen. Y todo se olvidará.
La Iglesia española, a diferencia de otras muchas, como la irlandesa o la alemana, no solo no ha tenido la valentía de reconocer su problema, sino que sigue negando y ocultando todo a cal y canto. ¿A qué se debe tanto pavor a la luz y los taquígrafos? ¿Probablemente porque, de saberse todo lo ocurrido, la estructura se tambalearía? Tendrían que vender buena parte de su patrimonio para pagar los costes de las sentencias.
Como le ocurrió a la diócesis de California que acabó arruinada. Y no se si los fieles estarían dispuestos a colaborar con un crowdfunding. Cuando toca rascarse el bolsillo la cosa cambia. Negarlo todo, esa ha sido y es la consigna. La supervivencia de la institución podría estar en juego.
Y respecto a la prevención de los abusos sexuales -porque se trata entre otras muchas cosas, de una cuestión de salud, de personas que quedan traumatizadas de por vida por haber sido agredidas sexualmente en varias ocasiones- convendría abrir nuevos debates: ¿Habría que exigir una formación específica para los docentes en este asunto? ¿Por qué si el celibato falla tanto, no se suprime? ¿Por qué la sociedad civil tiene que pagar el coste de los trastornos psicológicos de las víctimas de abusos sexuales, por una norma religiosa privada, atávica y, al parecer, bastante inútil?
Sin embargo, la única posibilidad de avance es la de la justicia civil y la reparación. Situar a las víctimas en el centro, pedirles perdón cuantas veces sea preciso, reconocer su dolor, y poner en manos de la justicia a los agresores, aunque hayan prescrito los delitos. Ahora bien, la Iglesia católica no va a hacerlo. A lo sumo un tímido perdón con la boca pequeña. Tiene que ser la justicia civil la que intervenga, porque los depredadores sexuales no tienen límites. Siempre están a la caza.
Autor: José Luis García, doctor en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política” en Navarra, editado por Amazon.