De la dicotomía mujer buena/mujer mala que ya se planteaba en el folclore judío (no hay más que recordar a Lilith), surge la figura de la femme fatale («mujer fatal» en castellano), figura que el cine ha explotado hasta nuestros días.
Si la analizamos desde la perspectiva de género – estudiando al personaje como parte de una narrativa eminentemente patriarcal – nos damos cuenta de la misoginia vertida sobre este concepto; las femme fatale eran mujeres que, en lugar de casarse y someterse a su marido, vivían de manera más independiente.
Fueron demonizadas. Se las representó como mujeres atractivas, solteras o en relaciones sin compromiso, sexualmente activas, intrigantes y maquiavélicas, por contraposición a lo que la cultura patriarcal entendía por «Ángel del hogar»: la esposa por excelencia, dulce, dedicada al cuidado del hogar, del marido y de los niños.
Mujer sometida o mujer demonizada
Es decir, la mujer que aceptaba su sometimiento al hombre – el lugar que, según el patriarcado, le correspondería – con una sonrisa conforme versus la mujer viperina que volvía locos a los hombres y luego no les daba lo que estos merecían. La mujer que había que ser y la que no había que ser.
Así, la dicotomía que ya se establecía en tiempos bíblicos y en mitología antigua evoluciona durante el siglo XIX debido, en parte, al auge de la burguesía y a la nueva ideología Capitalista, donde la producción manda y el papel de la mujer es meramente reproductor: Ángel del hogar (en casa, teniendo hijos) contra femme fatale.
Y el cine, que nace en este siglo, aprovechó notoriamente este recurso, especialmente en el género de cine negro.
Crimen y castigo
Las películas – que, como siempre digo, son una potentísima maquinaria ideológica – alimentaron no sólo el estereotipo de la mujer fatal, sino que nos previno – en el sentido más aleccionador de la palabra – sobre el tipo de mujer que debíamos ser.
La historia de la mujer fatal termina, tradicionalmente, en castigo: muerta, violada, abandonada… un recurso tan sencillo como eficaz que durante generaciones estableció en el imaginario del público la siguiente asociación: cásate y obedece, o acabarás mal.
Esta idea misógina del castigo a la mujer que «no se comporta como una señorita», que puede parecer exagerada, se reproduce a todos los niveles en películas que, aparentemente, no son instructivas.
Ahí esta la ideología patriarcal en el cine de terror. El recurso y la asociación «vida sexual femenina = castigo» funciona de tal modo que sabemos que en las películas de miedo la «chica promiscua» o la «chica desvirgada» va a morir casi con total seguridad.
Femme fatale históricas
Quizás por todo esto la imagen de la femme fatale se haya convertido, en cierta medida, en un refugio simbólico del feminismo, desde donde se puede reivindicar su idea como primera representación de mujeres rebeldes y disidentes.
Pero no hay que olvidar que la femme fatale como concepto es una figura cargada de odio y misoginia, pensada para adoctrinar a las mujeres. De ellas hemos llegado a las Malas Mujeres de Los Chunguitos o de C. Tangana, pero lo cierto es que ha habido mujeres fatales mucho más emblemáticas a lo largo de la historia.
El cine nos ha dado muchas, pero quizás merecen mención honorífica Simone Simon en La mujer pantera (Jacques Tourneur, 1942), Margaret Lindsay en Perversidad (Fritz Lang, 1945), o las más recientes Catwoman de Michelle Pfeiffer en Batman Vuelve (Tim Burton, 1992) y Sharon Stone en Instinto Básico (Paul Verhoeven, 1992).