Hoy vamos a hablar de prostitución, tema peliagudo donde los haya, que la sociedad tiene aparcado con el cartel de “not disturb”, que huye de él como si de la peste se tratara, al igual que ocurrió en su momento con los asuntos concernientes al SIDA. Lo hacemos porque, entre otras cosas, es un serio problema de salud para todos/as los implicados/as en el asunto. Tampoco podemos dejar fuera la prostitución del estudio y debate sobre el sexo y las relaciones de poder el ejemplo más claro de la desigualdad social, de la desigualdad entre hombres y mujeres y del mal uso del poder por parte de algunos varones en nuestra sociedad.
Seamos claros: la prostitución es un ejemplo evidente de esclavitud. No hace falta llevar cadenas, tener la piel negra y recolectar algodón para llevar una vida de esclava sexual con el dueño de la finca. Qué me dicen, si no, de esos burdeles o pisos donde hay un control riguroso, inclusive con cámaras, en los que se supervisa no solo los servicios que se prestan, sino todo el comportamiento de la mujer sometida las 24 horas del día.
Mujeres traídas de otros continentes o de otras naciones -sin cadenas, ni en barcos- sino en avión, con billetes de primera clase pagados por el empresario proxeneta y putero, con promesas de trabajos honrados pero que, una vez aquí, se les sustrae el pasaporte, advirtiéndoles de que tienen que devolver todas y cada una de las monedas que ha costado su viaje, con los intereses correspondientes. Que son muy elevados y que casi nunca se finiquitan. A otras se les amenaza, vudú mediante, con despedazar a sus familiares. En fin, mujeres obligadas a hacer lo que se les ordena, soportando unas condiciones inhumanas.
Que decir si no, de aquella mafia que marcaba -sí, lo digo bien, marcaba- en la piel de la mujer un número de serie, prueba inequívoca de la pertenencia a un proxeneta. Por consiguiente, estamos hablando de que, en muchos casos, se trata de un colosal engaño en base a promesas de trabajos dignos y luego, una vez aquí, son objeto de castigos y chantajes con la finalidad exclusiva de “chuparles” la vida.
La prostitución en la sociedad
La prostitución y la pornografía siempre han estado integradas en la sociedad, siempre clandestinas, destinadas a los varones adultos en exclusiva y abiertas a aquellos jóvenes que querían incorporarse a esa condición de mayores, como rito de iniciación. Parece que en los tiempos actuales los jóvenes españoles no solo acuden a los burdeles como puerta de entrada a “hacerse mayores”, sino que lo hacen como clientes habituales. Recordemos que los jóvenes también son grandes consumidores de porno.
Que son mafias organizadas lo prueban los movimientos de esclavas sexuales, por ejemplo, en los campeonatos deportivos de carácter masivo en cualquier país, o en las fiestas populares de las grandes ciudades. Además, la organización se esmera en ofrecer carne fresca, cada vez más jovencitas, más atractivas, y sobre todo las más vulnerables, trasladando de un lugar a otro sin mayores problemas las diferentes remesas de mujeres. A demanda.
Aunque no conozco los entresijos del negocio, sospecho que las mafias que controlan el tráfico de mujeres para la prostitución, son las mismas que las que tienen intereses económicos en el comercio de drogas o armas. ¿Por qué? Bueno porque, entre otras razones, el business se hace todo en dinero B. Beneficios ingentes sin retención fiscal alguna. Y ello, lo del extraordinario negocio sin impuestos es, a nuestro juicio, una de las claves del asunto. Además, puede hacerse en cualquier nación del mundo, porque esto de la globalización es lo que tiene de bueno que, si en algún país hay más control, se cambia a otro, que hay muchos y, si están en guerra, mucho mejor.
Por tanto, la desigualdad también afecta a los diferentes países y a su nivel de desarrollo. Después de un conflicto bélico, por ejemplo, el reclutamiento de mujeres para la prostitución es pan comido. No hay que producir nada, consiguientemente, no hay apenas gastos de inversión en la empresa mafiosa. Solo reclutar y reclutar para hacer caja.
Autor: José Luis García. Doctor en Psicología. Especialista en Sexología. Autor del libro Sexo, poder, religión y política, publicado por Amazon.