«¡Ni un paso atrás! ¡Ni un paso atrás!». Decenas de miles de gargantas se unieron en la noche del pasado sábado para defender la bandera de su auténtica patria: el acoíris. La manifestación del Orgullo LGTBI que partió de Atocha y concluyó en Colón, escenario paradójico de un encuentro muy criticado por el colectivo, no calló su voz para recordar que lo que hoy son derechos antes eran privilegios casi inimaginables. Por eso se niegan a permitir retrocesos tras tanta lucha.
El ambiente festivo con el que se celebra este desfile es un maquillaje, con tanta purpurina como la que adornó los rostros de muchos asistentes, para expresar la indignación ante las agresiones e injusticias que pueden sufrir personas por el mero hecho de amar. La forma que tienen de canalizar esta ira es una orgullosa vía donde lo que importa no son las apariencias sino los mensajes.
La política fue en esta edición una invitada más presente que nunca a las carrozas del Orgullo. El clamor delante del Ayuntamiento de Madrid, donde el tripartito entre PP, Ciudadanos y Vox ha llevado a José Luis Martínez-Almeida a dirigir la ciudad, fue rotundo. Nada de esconder la manifestación en la Casa de Campo, nada de imponer cómo deben ser las familias y nada de hipocresía, como se le recordó al partido de Albert Rivera.
El bloqueo que se realizó a Ciudadanos, cuyos representantes tuvieron que salir escoltados de la zona, provocó un retraso en la marcha de los vehículos. Tampoco les importó mucho a los espectadores, que bailaron ante las mil y una canciones que los altavoces pregonaron. Las pistolas de agua y cualquier líquido también fueron bien recibidas, especialmente cuando había buena puntería y se refrescaba a las miles de personas con ganas de pasarlo bien y bajo el abrigo de la bandera multicolor.
Orgullo de todos para todos
Una de las escenas que más identifican el Orgullo es su capacidad de integración. En Méndez Álvaro, un padre baila con sus dos hijas mientras una de ellas ondea la enseña arcoíris; unos metros más adelante, dos ancianas saludan desde el balcón; dos chicas se dan un beso sin más preocupación de que un chorro malintencionado las salpique; gente de todas las nacionalidades se agolpa con ganas de disfrutar de la diversidad, aunque ellos se queden en el hombre-mujer. Y no pasa nada.
Entre tanta música y celebración hay, y debe haber, espacio para la reflexión. ¿Cuántos de los allí presentes habrán sufrido a lo largo de su vida algún comentario, agresión o discriminación por el simple hecho de ser diferentes a lo convencional? Incluso en 2019 hay situaciones, políticas y en la calle, que refuerzan las ganas de que la marabunta grite aquello de «Ni un paso atrás». Ni un paso atrás, avisaban justo delante de la fuente de Cibeles, con la diosa como testigo mudo de una lucha que ya no lo es.
*Gracias a Control por invitar a su carroza a El Sexo Mandamiento.