¿En qué momento el cuerpo y la mente se convirtieron presos el uno del otro, sin esa libertad de expresarse hacia el universo que hay allá afuera? Están atados por una cuerda infinita, invisible y cultural que les interpuso su sociedad desde el principio, desde su nacimiento.
Vienen cientos de melodías a mi cabeza. Desde que tengo memoria me gusta la música y aunque tengo preferencia por el rock, algunas veces siento la imperiosa necesidad de escuchar esos bits que sólo brinda la música electrónica en sus diferentes variantes. Supongamos que así es la preferencia bisexual, algunas veces una persona se relaciona de forma erótico-afectiva con hombres y en otras ocasiones con mujeres. Así de fácil como escoger una playlist. Sin embargo, en el contexto social, no suele ser tan sencillo debido a una serie de prejuicios y mitos que existen alrededor de las personas bisexuales.
Los individuos que se involucran en la actividad bisexual lo hacen por motivos distintos. Para muchos es una forma de experimentación que añade sabor a su vida sexual, pero no constituye su actividad preferida. Para otros constituye una elección deliberada que les permite participar en lo que más les apetece en un momento dado. Algunos hombres y mujeres parecen alternar sus preferencias de manera un tanto fortuita y accidental, según la posibilidad y las circunstancias, lo que les induce a decantarse por un sexo o por el otro. Pero la mayoría de las veces, cualquiera que sea la pauta vigente, las personas que poseen experiencia bisexual tienen una marcada preferencia por un género, aunque esto no siempre es verdad (Masters, Johnson y Kolodny, 1987).
Para la sociedad es difícil entender la bisexualidad debido a que estamos acostumbrados a situar contextos en extremos, por lo que encontrar un punto medio o que salga de esa normatividad, crea una especie de shock en la realidad colectiva establecida por esta misma dicotomía de la cotidianidad. Peor aún, la bisexualidad pasa desapercibida como una preferencia genérica, o como lo refieren Álvarez Gayou y Millán (2010), se considera a la bisexualidad como la preferencia olvidada. Esto se debe, en parte a la dificultad que tenemos los seres humanos para pensar en estados intermedios entre conceptos polarizados.
Las personas somos víctimas de un bondage sin consentimiento. Imaginemos de nuevo esa cuerda que contiene todo el peso de las normas establecidas socialmente a través del tiempo. Nos estruja y nos asfixia. Nuestro cuerpo y nuestra mente danzan tratando de liberarse de toda esa carga simbólica. Al final cedemos por miedo a volver a enfrentar ese trauma, pero hay quienes se resisten y en su lucha, logran librarse aunque no del todo, pues a cada paso siguen pisando la molesta cuerda.
Desde niños, se nos impone un rol de género, una guía de comportamiento según los órganos sexuales con los que nacimos, mismos que nos diferencian entre hombres y mujeres. A partir de ahí, comienza un calvario por definir un futuro incierto y bastante tortuoso, que nos enfrentará no solo a lo desconocido, sino a una serie de eventos por los que nuestro supuesto rol deberá hacernos transitar.
¿Qué pasa cuando no seguimos la guía de nuestro supuesto rol? Es decir, cuando somos ‘conscientes’ de que tenemos que seguir por un camino, sin embargo, cuál Caperucitas Rojas, audaces e ingenuos, decidimos ir por el otro camino. Desviados. Ese término despectivo que hemos escuchado en algunas ocasiones y que se usa para referir a las personas que, por tomar una opción diferente, ahora son señalados. Esas Caperucitas se enfrentan a un enorme lobo feroz llamado sociedad, llamado cultura, llamado prejuicio, llamado inquisición.
Este recorrido de Caperucita acechada por el lobo feroz, no es más que el castigo que puede durar años en las mentes de quienes se sienten culpables por no ser parte de ninguno de los extremos presentados, de no sentirse ni heterosexual ni homosexual, de cargar con el deseo de llevar una sexualidad libre. ¿Acaso es justo?
Podríamos pensar que la bisexualidad en estos tiempos es vista como algo normal, que es aceptada por todos debido a la apertura a la diversidad sexual que existe actualmente, sin embargo, esta comunidad también sufre rechazo tanto por grupos heterosexuales como homosexuales, que les exigen situase en un punto o en otro.
¿Acaso será por miedo a perder identidad de unos y otros? Si lo pensamos por un minuto, como individuos y tomáramos la decisión de situarnos en algún tipo de preferencia, ¿que no la bisexualidad nos abriría la posibilidad de encontrar a más personas afines a nuestros intereses, gustos y placeres?
Es verdad que la bisexualidad no es para todos, sin embargo, abre un mundo de posibilidades que no es visto como una buena opción debido a los estigmas que se le han atribuido.
Existen ideas erróneas muy definidas respecto a las personas bisexuales, misma que vale la pena clarificar:
No son indefinidos
No son infieles por naturaleza
No son necesariamente promiscuos
No viven para lastimar y dañar a otros
No les gustan todas las personas (Álvarez-Gayou y Millán, 2010).
¿Por qué conformarse a situarse en un sólo lugar y en tomar una decisión por el resto de nuestras vidas? Quizá porque es lo más sencillo, por no decir mediocre. ¿Para qué explicar un universo de opciones si sólo se puede limitar a dos? Y claro, si lo planteamos de esta manera, resulta fácil educar, proponer, clasificar, imponer, señalar y etiquetar.
En IMESEX nos llega a veces mucha gente que está muy confundida porque viene de una terapia en la que, cuando expresó que tenía atracción por hombres y mujeres, le dijeron que tenía que decidirse. Y cuando le dices a esa persona que no tiene por qué decidir, se les abre otro mundo (Millán, 2013 durante la emisión del programa En el jardín de las orquídeas).
En este sentido, celebro a las personas que no se conformaron por situarse en algún extremo y que eligieron poder llevar una vida erótico-afectiva tanto con hombres como mujeres. Ojalá algún día podamos convivir de forma armoniosa sin la necesidad de señalar a las personas por cómo son, por qué les gusta o con quién se acuestan.
Para finalizar y retomando un poco la línea de los estereotipos, de niños se nos hizo creer que el color preferido de las niñas es el rosa y en los niños es el color azul, una falacia más sobre la categorización de género. Jugando su juego de asociaciones de tonalidades, si pudiéramos hacer una analogía de la bisexualidad, la miro como un color morado, una mezcla por la preferencia rosada y azulada que da como resultado un nuevo color, igual de bello, que emergió del atrevimiento y de lo que a nadie se le hubiera ocurrido hacer. Un color que existe y se reivindica en cientos de formas. Una bisexualidad morada, libre y universal.