Si estamos a oscuras no puedo ver sus lunares y, al principio, eso me angustiaba. Siempre me fijo en ellos para no tener que mirar a sus ojos, siento que, cuando los miro e intento hablar, mi pulso se acelera de tal manera que hasta pueden verse los resultados desde fuera de mi cuerpo.
Sin embargo, cuando la luz está apagada, es de noche o simplemente no puedo mirar sus lunares, trato de concentrarme en otros aspectos que impidan que se me salga el corazón del pecho. Y, en esos momentos, los resultados son peores.
Una noche, teniendo intenciones reales de ir a dormir, apagué la luz. Ella estaba de pie frente a la cama, esperando que me acercase. Mi error fue darle un dulce beso de buenas noches pensando que aquello iba a quedarse allí. Acaricié suavemente sus rizos en el momento en el que, mientras nos besábamos, desabrochó mi sujetador por debajo del pijama. No me apartó la camiseta para terminar de quitármelo, solamente introdujo sus manos debajo del sostén, ahora que tenía más espacio, y comenzó a acariciarme con una mientras que con la otra jugueteaba con mi piercing.
Siempre he pensado que me podría correr con el hecho de que me estimulasen los pezones. No iba a suceder en aquel momento en el que todavía estaba empezando a calentarme ni en esa postura. Pero, siempre que me sucedía aquello, fantaseaba con que me lanzasen con fuerza sobre la cama, me masturbasen durante unos minutos sin dejar de lamerme el pecho y que, finalmente, retirasen la mano y se centrasen únicamente en lo que estaban haciendo con la lengua.
Realmente no ocurrió así aquella noche, pero no me disgustó el desenlace.
En algún momento en el que me había perdido mentalmente en mi fantasía, ella me había quitado la camiseta y el sujetador. Desperté del trance cuando, elevándome un poco en el aire, me colocó sobre su mesa y me dejó sentada mientras continuaba de pie.
La luz de las farolas que entraba por la ventana me dejó volver a ver sus lunares y ya me perdí.
Sé que tiré algo, pero no supe que era, tenía los ojos cerrados y una de mis manos aguantaba la estabilidad de mi cuerpo en aquella pequeña mesa llena de objetos mientras la otra apretaba su nuca contra mi cuello para que siguiese mordiendo.
Su mano apartó mis bragas, que era lo único que llevaba y noté como sus dedos entraba y salían repetidamente de mi vagina. Los gemidos iban casi a la misma velocidad que sus dedos y yo iba perdiendo el aire. Se apartó de mi cuello y vi como bajaba hacia mi pecho y comenzaba a lamer uno de mis pezones. Al poco tiempo, retiró su mano de entre mis piernas y quise acercarme.
Fuertemente, agarró mis muñecas y me presionó las manos contra la mesa para que no las moviese, únicamente se dedicó a chupar mis pezones y yo sentía que no podía más. No dejé de mirar sus lunares mientras lo hacía.