La noche tiene algo extraño, mágico. Hay una frase de una serie famosa que dice «después de las dos de la mañana no ocurre nada bueno». Yo no creo en eso. Yo creo que de noche sale la verdadera cara de la gente. Sus más profundos deseos, su lado animal. Porque la oscuridad tiene eso que nos hace sentir cómodos, que no se nos ve. Nos iguala.
Esta noche es especial. Hace mucho que no voy a bailar. Hace mucho que no hay música en directo por aquí. Tengo ganas de sentir, de liberarme de vivir. Esta noche promete.
El local es pequeño. Luces rojas y un foco blanco que ilumina el micro del escenario. Ya han hecho la prueba de sonido y los músicos están en camerinos esperando la hora del concierto. Ginebra siempre es una buena opción y una gran compañera de batallas.
Va a empezar el concierto. La gente se amontona en la primera fila. No somos miles, pero el sitio se ve lleno. Saboreo mi copa. Lo necesitaba. Empieza a sonar la música y ¡Oh espera! Esto me suena. No puede ser. Esto aquí, ahora… Miro al escenario. Es él. Después de tanto tiempo, de tantas canciones… él. Ese brazo tatuado, esa mirada perdida como si no importara nada, esa guitarra que no para de sonar.
Tengo una mezcla extraña de sentimientos. Estoy nerviosa, melancólica y cachonda. Todo a la vez. Porque él provoca en mi huracanes aún sin mirarme. Y supongo que es mutuo, porque cuando sus ojos se posaron en mi noté como su cuerpo se estremecía, al igual que el mío.
Sigue la música, pasan las horas, la noche se vuelve más oscura. Termina el concierto y él se acerca. Y me besa. Como si no hubiera pasado el tiempo. Ese beso hace que quiera más. Necesito seguir. Con una mirada nos basta para saber en qué estamos pensando.
Me coge de la mano y me saca rápido del bar. Tiene el coche aparcado fuera. El típico vehículo que jamás pasaría la ITV, ese que tanto puede contar de nosotros. Se echa sobre mí, sin mediar palabra. Besándome como si no fuera a haber amanecer. Sus dedos, rápidos, ya están bajo mi falda y buscan como entrar dentro de mi. Siempre supiste tocar el lugar exacto. Cuando me quiero dar cuenta te tengo encima de mi. Me follas suave como a mi me gusta, eso no se te olvidó. Te clavo las uñas en la espalda, para que te acuerdes de mí estos días. Es tan rico tenerte aquí, ojalá fuera así siempre. Te oigo gemir, disfrutar, esto te gusta. Te vas a correr y lo vas a echar en mi boca. Porque sé que te gusta ver como me lo trago. Chupo fuerte. Me encanta. Y sí, te vas. Y me lo quedo para mí.
Nos quedamos mirándonos. «¿Y ahora qué?» Tras la noche llega el amanecer, y el amanecer es para los que aguantan, los que resisten…
«¿Y si resistimos juntos?»