Cuando llegué a su departamento, no pude dejar de observar una enorme caja de chocolates sobre la mesita del salón. Enseguida pensé que era un regalo para mí, pero al sentarnos sobre el sofá y platicar, en ningún momento hizo comentario alguno sobre los dulces. A decir verdad, los chocolates eran el menor de mis problemas, Luis olía muy bien esa tarde y lucía muy sexy.
Lo conocí en Internet. Charlábamos esporádicamente y nos compartíamos música. De pronto, nuestras conversaciones se hicieron más íntimas aunque muy sutiles. En otras palabras, sabía que le llamaba la atención pero yo moría porque me follara.
Después de varios meses quedamos de vernos para tomar un café y hablar. Hubo química, pero ambos fuimos muy tímidos para revelar nuestras verdaderas intenciones. Y ahora me encontraba ahí en su departamento, con una minifalda negra, sin medias y zapatos altos, con una blusa ligera y sin nada más abajo.
Luis me ofreció una copa de vino y puso a sonar una de nuestras tantas playlist. Me paré hacia el ventanal entreabierto y me refresqué un poco con la brisa de verano. Cuando me volteé, Luis me recibió con mi copa y una sonrisa encantadora.
Nos volvimos a sentar y entonces por fin miro la caja:
-Oh, por poco se me olvida. Te he comprado un pequeño regalo, pero no puedo dártelo aún…
Me sorprendí un poco y no dudé en preguntar por qué. Entonces tomó la caja y la hizo a un lado y entonces vi que bajo los chocolates había una fina mascada:
-Te tengo que vendar los ojos primero.
Mi corazón comenzó a palpitar muy rápido, es decir, era lo que estaba esperando, que tomara iniciativa para poder deshinibirme, aunque nunca se sabe, podría estar frente a un total maniático y aún así tomé el riesgo. Dejé mi copa de vino sobre la mesa y lo reté con la mirada antes de cerrar los ojos y dejarme seducir por su juego. Sonreí.
Luis tomó la mascada y me la ató firmemente sobre los ojos. Escuché como abría la caja de golosinas.
-Me gustas, pero soy muy tímido para decírtelo de frente. Espero que no te parezca un total pervertido. Si lo crees, dímelo y en este mismo momento dejamos el juego.
Grité por dentro. ¿Cómo decirle que esto era lo que estaba esperando desde hace meses, que su sola voz me humedecía, que podía atarme en ese mismo momento si lo deseaba? Me encontraba a su completa merced y aún así adoraba su ternura porque sabía que por dentro rugía aquella bestia que añoraba conocer. Por supuesto sólo le dije que estaba sorprendida, que él también me gustaba, que confiaba en él y que quería conocer su juego. Soltó una risa muy sutil, quizá por los nervios que le daban ante aquella situación.
-Bueno, pues te he comprado chocolates porque sé que te encantan y mi juego es muy sencillo: por cada sabor que adivines, te ganarás un premio.
Estaba muerta de risa. Mis nervios estaban a mil. Mi piel estaba erizada por completo y su voz me parecía de lo más sensual. Luis se aproximó hacia mí y acercó un chocolate a mi nariz para que pudiera olerlo. Después entendí que jugaba con mis sentidos: la música, su voz, su perfume, el aroma de los chocolates, los roces de piel… todo me resultaba el doble de placentero porque no veía. Entonces llevó el dulce hasta mi boca y aproveché el momento para seducirlo.
Abracé el chocolate con mis labios y lo saboreé con la punta de mi lengua. Sus dedos abrazaron al mismo tiempo mis labios y aproveché para lamerlos también. Escuché como se agitaba su respiración y entonces dejé de sentir sus dedos para después recibir sus labios. Mordí un trozo del chocolate y tomó el otro entre su boca. Después de masticarlo por unos segundos, me preguntó su sabor. Sin duda tenía un sabor mentolado exquisito y se lo hice saber.
-¡Correcto! Ahora dime qué regalo quieres.
Pensé: que me folles ahora mismo con los ojos vendados, no me importa. Pero quería seguir su juego. Entonces le pedí que me besara. Volví a escuchar su risa nerviosa y percibí su delicioso aroma. Recibí sus labios y su aliento a chocolate y menta. Su beso era delicioso y mientras continuaba, me acostó sobre el sofá y continuó besándome pero ahora de lado. Entonces, volvió a tomar otro dulce:
-Este es muy especial y si lo adivinas, el siguiente regalo te va a encantar.
Volví a recibir sus dedos en mis labios al tiempo que degustaba el chocolate. Saboreé la acidez de una cereza y justo al momento de mencionarlo, sentí su lengua sobre mi cuello. No pude evitar retorcerme en aquel sofá, disfrutando del sabor del chocolate que se deshacía en mi boca de su lengua recorriendo mi cuello y mi clavícula.
¿Lista para el siguiente?-
Asentí con la cabeza, respirando con dificultad. Mis piernas se retorcían desde aquel lecho improvisado. Entonces volvió a acercar sus dedos a mi boca. Volví a saborear aquel trozo y percibí un sabor potente y carente de dulzor.
Amargo, contesté.
Esperé unos segundos hasta que sus manos tocaron mi cintura, buscando las costuras de mi delicada blusa de tirantes. Entonces la tomó por ambos extremos y la jaló hacia abajo, lo que provocó que mis pechos quedarán descubiertos.
No pude evitar soltar un gemido mezclado entre la angustia y la excitación. Luis se aproximó despacio hasta que su lengua se encontró con uno de mis pezones. Recorrió mi pecho con delicadeza mientras sus manos apresaban mis pechos. Extendió su brazo para tomar otro dulce de la caja que yacía en el suelo y entonces lo aproximó una vez mas a mis labios. Mordí.
El sabor era exquisito, volví a gemir con locura. Mi piel se erizó por completo. Entonces, aún sin responder el sabor de aquel manjar, Luis me volvió a besar con locura. Entre aquel beso, me incorporó rápidamente sobre el sofá y me sentó frente a él, quien se encontraba de rodillas. Abrió mis piernas y mientras continuaba besándome, comenzó a tocarme con sus dedos.
Para este punto, ya esta muy excitada y por supuesto, muy húmeda. Luis bajó hasta mi entrepierna y comenzó a besar mis muslos. Con delicadeza, retiro mis bragas y comenzó a lamer mi clítoris al tiempo que me penetraba con los dedos.
Hábilmente volvió a tomar otro chocolate y me lo llevo a la boca sin parar de lamerme. Mi boca seguía enloquecida por los sabores. Todas esas sensaciones me hacían retorcerme como loca en el sofá, hasta que fui víctima de un delicioso orgasmo que me dejo temblando.
Luis me recostó una vez mas sobre el sofá, esta vez besando mis piernas. Tratando de relajarme, volvió a poner un chocolate en mi boca:
-Sabía que los de amaretto son tus favoritos.