Los locos lo hacemos mejor. De eso estoy totalmente segura. Más visceral. Nada sentimental. Solo busco satisfacer ciertas partes de mi muy despedazado ego. De mi cuerpo incontrolado.
Allí era todo frío, monótono, aburrido. Las mismas caras, los mismos diagnósticos, las mismas palabras todos los días. Pero es lo que tiene el enemigo invisible, si no lo ves, no existe. Solo hay que saber ocultarlo.
Salí esta noche, con la sonrisa pintada en la cara. Ya no recuerdo la última vez que lo hice de verdad. Hoy necesito follar. Necesito esa sensación de control… la única vez que experimento eso en mi día a día. Porque ahí mando yo. Porque los locos somos así, buscamos ser libres de la única manera que sabemos. No sé si será la más sana, pero sí es la que más me funciona.
La calle para mi parece que está a cámara lenta. Todo se realentiza a mi alrededor. Observo. Todos corren, buscando cosas que ni ellos saben. Perdiendo un tiempo que no van a recuperar. Todos locos.
Llego a un local. Oscuro, huele a alcohol. Fumadores en la puerta. Reggaetón en el interior. Ideal. Entro y al quitarme la chaqueta ya tengo varias miradas sobre mi. Muy básico. Solo uno me llama la atención, y es una cara conocida.
«Tú no tendrías que estar aquí… ¿No crees?». Me dice eso mientras me sonríe. «Yo creo que sí, y también creo que a ti te entusiasma más la idea de verme aquí que a mi». Bebe y asiente. Dentro sería ilegal. Pero estamos fuera. «Mira, yo no quiero perder el tiempo y tú y yo sabemos que quieres un rato conmigo… ¿nos vamos?» «Sabes que no puedo» «Ahora no soy tu paciente». Se echa a reír a carcajadas porque sabe que es verdad. Mi capacidad de análisis jamás estuvo apagada y supe desde el primer momento que ese hombre iba a acabar entre mis piernas.
Nos vamos del local y nos montamos en el coche. Conduce y mientras lo hace le desabrocho el pantalón «¿Qué haces?» «Lo que hacemos los locos… locuras» y se la chupo. Yo tengo el control, él… lo perdió desde el día en que me vio entrar en su consulta. Respira fuerte, una mano en el volante y otra en mi cabeza. No quiere que pare, ni yo quiero parar.
Paramos en un sitio apartado. Nadie nos encontrará aquí. Me tira del pelo y me besa. Fuerte, apasionado… juraría que el loco aquí es él. Le pido que me muerda el cuello pero lo hace suave. Más, déjame marca. No se atreve… yo lo muerdo, a mi manera, para que se quede marcado. Lo miro fijamente «Házmelo así, todo». Me agarra del cuello y me susurra «Tú lo has querido». Me muerde tan fuerte que creo que me ha hecho sangre. Estoy tan mojada que sus dedos entran y salen de mi empapados. Se pone encima y comienza a darme embestidas. Una, otra, otra y otra más. Siempre fuerte y salvaje. Pero no todo lo va a hacer él. Lo empujo hacia detrás con los brazos y me pongo encima. No me hace falta hacer grandes movimientos, solo la cadera, suave y juguetona hace la magia. Se corre.
Estoy plena, no sé cuánto durará esta sensación pero me encanta. Al dejarme en casa me dice que le ha gustado mucho «Los locos lo hacen mejor, de siempre, tú más que nadie deberías saberlo.» Pero en sus ojos no veo sexo, quiere algo más que ni puedo ni quiero darle. Porque ya lo di… y no me lo devolvieron.