El morbo es uno de los principales motores de la audiencia en televisión y, pese a que cualquier curso de ética periodística lo rechazaría, lo cierto es que se ha venido utilizando desde siempre en programas y reality shows.
El mundo de la televisión (igual que el cine) están muy conectados al voyeurismo: el placer que se obtiene de mirar a otras personas sin ser descubierto. Normalmente esto se aplica al sexo, pero también puede referirse a la simple contemplación de la vida privada de otras personas a través de una ventana, en este caso la pantalla o el monitor de nuestro ordenador.
We live in public fue uno de los primeros documentales en mostrar el potencial de mostrar la vida íntima y las relaciones durante las 24 horas. En esta película se cuenta cómo el visionario Josh Harris ideó un experimento social: el de meter a cien personas en un sótano lleno de cámaras para poder retransmitir sus vivencias sin filtros, incluyendo sus relaciones sexuales.
El padre de los reality shows, Gran Hermano, apareció a finales de los años 90, y su formato lo copiarían y adaptarían cientos de programas. Aunque este programa se basa fundamentalmente en el morbo de «espiar» a los participantes , no se ven escenas explícitas de sexo, si acaso se pueden intuir debajo de las sábanas.
A menudo, insinuar es más eficaz que mostrar, eso debieron pensar los creadores del programa Sex Box, al cual acuden las parejas para tener relaciones dentro de una enorme caja (sin cámaras e insonorizada) y después comentan la jugada con tres expertos sexólogos, que les aconsejan o critican.
En el Reino Unido crearon Naked Atraction con los desnudos como gancho para la audiencia, pero no funcionó como esperaban. La idea es simple: un programa de citas pero con el añadido de que los participantes están desnudos, algo que en España ya habíamos «inventado»: Adán y Eva nos ofrecía lo mismo, solo que en el romántico escenario de una isla desierta.
En España ahora mismo está de moda (y lleva ya unos años) el programa First Dates, que no está orientado al sexo sino al romance, el formato de citas entre desconocidos para encontrar el amor no es en absoluto nuevo, pero sigue siendo una apuesta segura. En este show presentado por Carlos Sobera no hay sexo ni desnudos, aunque sí una sala donde los participantes pueden intimar un poco si quieren.
¿Cuál es la conclusión? ¿Preferimos ver sexo en los programas o solo que se nos insinúe? ¿Es lícito aprovecharse del morbo voyeurista de los espectadores para conseguir más audiencia? Está claro que en países como el nuestro hacen falta programas más educativos que de entretenimiento, pero no hay duda de que son los segundos los que obtienen todo el éxito. ¿Televisión para educar o para divertir? Tal vez sea el momento de llegar a un término medio por el bien de las futuras generaciones.