No dudamos en preguntarles a los padres y madres lo siguiente. ¿Te gustaría que tu hija o hijo fuera prostituta? ¿Putero? ¿Y actriz-actor porno? La totalidad de los asistentes siempre nos dicen que no. Un no rotundo. Sin embargo, no hacen nada en esa dirección.
Hay un trasiego de mujeres de una a otra actividad -ambas estigmatizadas- y, probablemente, los dueños últimos de los grandes negocios sean los mismos. Por tanto, la pornografía y la prostitución tienen muchos puntos en común. Para nosotros, aquella es la teoría y ésta la práctica. Los empresarios de estas actividades están permanentemente actualizándose.
Me atrevo a pronosticar, en los próximos 10-15 años, un cambio en los contenidos del porno: ante la presión social y política, este se adaptará, cual pícaro camaleón, produciendo millones de videos de porno feminista, porno educativo…etc. donde la mujer activa será la protagonista y las imágenes violentas se difuminarán y estarán reservadas a los clientes premium. El negocio es el negocio: está por encima de todo.
La regulación de la prostitución, cada vez está más cerca. No obstante, todavía una buena parte de la prostitución – las más pobres, porque aquí las clases son un elemento esencial– se exhibe en calles, plazas y polígonos industriales, incluso con la complicidad ya residual de algunos medios, que han sucumbido a Internet, que es el escaparate más eficiente para ofrecer los servicios de prostitución y, en particular, el porno. En las redes sociales no hay ningún reparo para anunciarse gratuitamente.
Diferentes contribuciones, dentro del discurso feminista, no dudan en asociar la pornografía y la prostitución con la violencia de género, si bien otras considerarían que se trata de violencia hacia las mujeres. Este punto ya lo hemos abordado en estas mismas páginas y se tiende a considerar que si ambos consumos van de la mano, el factor de riesgo para llegar a cometer violencia de género es probablemente más alto.
Teniendo en cuenta que muchos, probablemente la mayoría, de los clientes de la prostitución tienen pareja (esposa, novia, compañera…) y que han consumido porno, se plantean cuestiones interesantes. ¿Cómo es su relación con las prostitutas? ¿Y con sus esposas? ¿Se repiten patrones de violencia? Hacen falta más investigaciones para dar respuesta a estas y otras preguntas. Hay demasiada hipocresía ante la prostitución: no se aborda con valentía, pero se ofrecen servicios sanitarios públicos a las prostitutas para no contagiar a las esposas de los puteros.
En los centros de enseñanza deben abordarse sistemáticamente estas cuestiones, a través de una adecuada educación sexual profesional que prevenga puteros y una actitud crítica contra el porno. Y, también, en casa porque el padre y la madre tienen que decirle a su hijo, cuantas veces sea preciso, que nunca vaya de putas. Que, si quiere tener relaciones sexuales, se lo curre: que enamore y seduzca a alguna de las/os chicas/os que están a su alrededor. O que utilice la masturbación mientras tanto, pero que no use como objeto y falte al respeto a esa mujer que se ve obligada a tener sexo por dinero y no alimente el sistema prostituyente.
Digámoselo a la menor oportunidad. Y también, cuantas veces sea preciso, que no se crean nada de las películas porno. Que es mentira, una ficción, aunque excite sobremanera y la utilicen para masturbarse. No es fácil porque da placer. Pero, al menos, transmitirles que el afecto, el deseo, la ternura, el respeto y el mutuo acuerdo deben formar parte de las relaciones sexuales entre las personas y que, en el porno y la prostitución, tales valores brillan por su ausencia.
José Luis García es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política”, editado por Amazon.
(La imagen destacada es obra de Julio dos Reis Pereira)