La Navidad es una mierda. Me aburro que flipas. Muchas horas libres, mucho formalismo, mucho champán y pocas novedades. Salvo la de este año. Cual fue mi sorpresa al enterarme de que mi familia había invitado a esas primas lejanas, creo que de Ávila, para que nos acompañaran en Nochebuena. Me sonaba que había una más o menos de mi edad y que hace ya años nos bañábamos en la piscina del pueblo. Me quedé boquiabierto al ver pasar a esa morena despampanante, con tres hermanas que compartían sus buenos genes, por el salón de mi casa. Como por instinto, metí tripa, me peiné un poco y ensayé frente al espejo la sonrisa de galán.

La de mi edad se llama Silvia. Ni me acordaba, aunque fingí recordarlo perfectamente. Lo que no podré olvidar fue ese culazo comprimido bajo esa falda demasiado lejana de los gustos de mi abuela, pero un gustazo para un servidor. La espalda, al aire, invitaba a imaginar qué habría debajo de ese top negro y con alguna lentejuela, o como se llame, brillante. Entonces pensé que me estaba calentando demasiado, pero hubiera jurado que Silvia me sonreía mucho y que no paraba de mirarme a los ojos. Lo que me faltaba a mí, tan nefasto para disimular los nervios, en Navidad. Otro vaso de sidra, por favor.

Una Navidad inesperada.

Los ojos de ella seguían persiguiéndome sin que los demás se percatasen. Era inteligente, astuta, no era la primera vez que hacía esto y eso terminaba de matarme. Estaba nervioso. Me tembló la mano. Sin quererlo derramé parte de la copa en mi camisa y fue lo mejor que pude hacer esa noche. Me disculpé con mi familia y me fui, mientras todos se reían de mi torpeza. Llevaba minutos en el baño, en frente del espejo. No dejaba de pensar en ella cuando tocaron a la puerta. Abrí, por si alguien necesitaba entrar con urgencia. Era Silvia. Ahí estaba parada, con sonrisa juguetona y me preguntó si necesitaba ayuda. No hizo falta que le contestara, me quitó el papel y continuó ella.

Los ojos se me fueron para el interior de su top al tenerla tan pegada. Bonito escote, no llevaba sujetador. Y mi corazón empezó a latir tan fuerte que soy consciente de que ella lo notó. En ese momento, subió su mirada y volvió a clavarme esos grandes ojos juguetones. Tiró el papel y me extrañé durante un segundo. Se agachó levemente hasta tener su rostro a la altura de la mancha y comenzó a lamerla mientras instalaba sus manos en mi cadera. Alguno de sus dedos comenzaron a escaparse por debajo de mi pantalón. La frené de golpe. Al instante pensé: ¿Qué coño he hecho? Me lancé a besarla y me introduje en esa falda que tanto me había excitado desde que empezó la noche. Era la mejor Navidad de mi vida.

Me sorprendió la humedad de esa entrepierna. Me alegró saber que no era el único excitado ante ese incesto navideño, aunque fuese lejano. Silvia cambió de ritmo y demostró que una vez más era ella la que llevaba la batuta. Sin dejar que meneara mis dedos en su interior, me bajó a toda prisa el pantalón, me sentó en el lavabo y empezó a chupármela como no me la han chupado nunca. Tampoco me la había chupado nunca mi prima.

Sus ojos se calcaron sobre los míos y su boca solo dijo: «Hazlo». La volteé, puse ese culo en pompa frente a mi polla y, sin parar de mirar en el espejo esas tetas rebotando, desbocadas, la penetré con el mayor morbo de mi vida. «Cógeme del cuello», me rogó. Lo que faltaba. Con mi brazo oprimiéndola y su cintura moviéndose adelante y atrás me corrí como no lo he hecho nunca. En silencio, que la familia acecha, aunque noté una sonrisa lisonjera cuando resoplé cuando la saqué de su depilado coño.

Silvia, como si nada, se frotó con una toalla, me dio un beso en la mejilla y se fue del baño. Yo, como un idiota, me quedé despeinado, alelado, mirando al tipo que flipaba al otro lado del espejo. Y la mancha ahí seguía, a pesar de los lametones de ese ángel. Mi mente empezó a carburar y la cubrí de polvos de talco para que la grasa se esfumara y poder presumir, idiota de mí, de que esa noche de Navidad había echado dos tipos de polvos. Qué gracioso soy a veces.

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