Una noche de Luna llena la matriarca me echó las cartas. Embrujó el aire y quemó el mal fario y por primera vez vi el hilo rojo colgar del dedo anular.
«Pídele a la luna que ella te lo da, porque tú eres como ella, sencilla y blanquita.» No es la primera vez que me lo dicen, yo soy como la Luna. Salgo de noche, me escondo de día. Vivo en lo oscuro de la noche, porque la oscuridad nos iguala a todos. Y soy a pesar de todo ese punto de luz que siempre está aunque a veces no lo veas, y estaré.
«Paya ten paciencia que llegará, está en el camino, te alumbrará, como el Sol ilumina a la Luna.» Siempre salgo de casa de Lola vacía. Nunca cambia su predicción. Siempre salen las mismas cartas. El Tarot no engaña, o eso dice ella. Estuve enamorada otras veces, quise hacer amarres y nunca me dejó «eso no es amor, ese no es el tuyo». Se daba la vuelta y me mandaba a casa. Así durante tres años.
Esta noche la Luna está en cuarto menguante. Parece la sonrisa del gato de cheshire y que en cualquier momento me va a hablar.
He quedado con un chico. Uno más. No busco nada. Un rato de conexión física sin implicación emocional, porque implicarse duele. Lo conocía de vista, me llamaba la atención. La piel morena, el pelo negro. Diría que es calé pero no lo es. La uña larga para tocar la guitarra y colgantes con historia que lleva como trozos de una vida pasada. Tiene algo que no sé qué es… pero quiero quedar con él.
Le empecé hablando yo. Él me ignoraba. Y más me picaba yo en llamar su atención. Hasta que lo conseguí. Viene hacia aquí.
Es inconfundible cuando aparece. Va hacia la barra a pedir cerveza… lo sigo. Lo miro. Estoy nerviosa. ¡Si esto lo he hecho más veces con otros tíos! Me acerco, «Hola» sonríe, tiene cara de niño. A mi se me escapa otra sonrisa. Empezamos a hablar y pasan las horas. Como segundos. Cada vez nos acercamos más. Y siento su olor. Suave y dulce, sobre todo dulce. La distancia que nos separa se va reduciendo a medida que pasan los minutos y las anécdotas. Él, tímido, me mira la boca de reojo. Yo le pongo la mano en el muslo. Nos vamos al coche, me va a llevar a casa.
El camino se hace corto. Hablamos, me río. Me río mucho. Llegamos. Alargamos la conversación, pero no se lanza. Yo sé que quiere. Me empieza a acariciar el pelo. Noto como su mano me acerca a él… Y me lanzo yo. Nos besamos. Le muerdo el labio, me sale solo. Sus manos no se atreven a bajar más allá de mi cuello, pero las mías ya van buscando su premio.
La luna nos mira por el retrovisor. El calor en el cuerpo, las ganas, pero por dentro es diferente. Mi ropa que vuela, sus dientes en mi cuello y sus manos tocando mi pecho. La risa nerviosa. Mis uñas rasgan la piel de sus brazos, las respiración acelerada y el sudor que comienza a brotar de los dos. Sentado en el asiento del conductor me espera. Me siento encima, noto como entra dentro de mi. «Agarra mi cadera» le pido. Y me muevo suave. Me pide besos mientras follo lento. Le encanta como me mojo y como rebota mi culo contra él «cómo te mueves mami». Su voz me excita y acelero. Se echa hacia detrás «No pares ahora». Se corre… Y nos echamos a reír.
La semana siguiente voy a casa de Lola. «Las cartas han cambiado para ti, paya». Sonrío «Pero no te ilusiones que no va a ser ahora, tranquila que lo que está pa ti te encuentra, volverá.» Salgo rara, será verdad, será mentira. Lo que sé es que llegó y que se irá… ya mañana Dios dirá.