Río huele a mar y suena a samba. Y está lejos, de mi casa y de ti. Vine aquí en busca de un nuevo amanecer, una nueva ciudad, nuevo país, nueva vida. 

Llevo casi un año aquí. Vivo en Ipanema, donde viven los «ricos» de Río (sin ser yo nada de eso). El lujo de los barrios, la decadencia de las favelas que rodean el horizonte. Y el Corcovado, a donde todo el mundo mira, para pedir, agradecer, rogar. 

En Río soy una linda menina, a la que le gusta dançar. Imparto clases en el Conservatorio de danza gracias a una beca. Y por las noche bailo libre y dirijo los espectáculos de una gran sala en el barrio de Copacabana. Pero camino sola por las calles. Echo de menos mi casa, pero no puedo volver hasta que la herida deje de sangrar.

Hace un mes un amigo me comentó que otro amigo venía a Río a buscar a alguien y arreglar un asunto. Venía con billete de ida, sin vuelta. Llega hoy y se quedará en mi casa. Alguien con quien compartir experiencia, alguien que me recuerda a casa. 

Solo sé su nombre. Y que es un año y poco mayor que yo. Llaman a mi puerta. Son las 12 de la mañana. Abro. Es él. De todas las personas del planeta y tenía que ser él. Se ha cruzado un puto océano para plantarse en mi puerta. Lo podría haber hecho cuando vivía en el barrio de al lado. Pero no. Él es así. 

– ¿No me dices nada? 

No soy capaz de articular palabra. Me fui diciéndote que si algún día volvías sería para quedarte.

– No tengo billete de vuelta, vengo para no irme, gata. 

Me abalanzo sobre él y lo beso. Me coge en peso y aprisiono su cara entre mis manos. Nos metemos en mi piso y me suelta en el sofá. No puedo creer que esto esté pasando, a miles de kilómetros, en Río. 

Nos besamos, como si siguiéramos en aquella calle oscura de nuestra ciudad, con miedo a que nos pillaran. Tus manos acarician mi cuerpo, los reencuentros siempre son bonitos. Las mías no paran de agarrar tus brazos, fuertes y musculosos. Tanto tiempo, tantas ganas. Mi ropa hace tiempo que voló, la suya está repartida por todo mi salón. 

Noto su mano tocándome. Y como entra mi. Y como le pido que me escupa. El sabor de su saliva. Mis dedos en su boca y como le pido que me muerda, que lo haga fuerte.

No quiero nada más. Házmelo ya. Me mira fijamente. La va metiendo poco a poco, mientras me clava la mirada. Los dos nos echábamos en falta. Donde hubo fuego cenizas quedan. Me empieza a follar lento. Lo agarro del pelo y traigo hacia mi. Le muerdo en cuello. Su piel se eriza, me agarra del cuello y me folla duro. Su mano presiona mi garganta y yo no puedo más que gemir. Vemos. Fuerte. Orgasmo. 

Nos quedamos callados. Él me mira. Acaricia mi cara. 

«Vine por ti.

Y yo me fui por ti.» 

Nos besamos, nos abrazamos. Misma escena, distinto escenario, se escuchan las olas de la playa de Ipanema. Gracias Río. 

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