A través del ojo del cuervo (III)

Con el dedo anular descendió por el pómulo, rozó la puntita de la nariz hasta los labios entornados. —Tuyo es —asintió Kraka, y para reafirmar lo dicho tomó la larga trenza de Viggo y la giró en la mano de modo que creó un nudo[1] . Un tenaz latido le nació en lo hondo de la matriz, encharcándole el sexo. 

—¿Todo cuanto deseo, völva?

—Todo —graznó Kraka. Manteniendo el agarre en la trenza situó la mano libre en uno de los hombros de Viggo, lo acarició, pasando por el pectoral, acariciando lo abultado de la piel escarificada y se descolgó para zambullirse entre el oleaje de los cincelados músculos del estómago.

Viggo inclinó la testa un tanto hacia delante y la movió para que su barba cosquilleara la nariz de Kraka. Al reclinarse un poco más para abordarle la boca, el asir en la trenza se lo impidió. Refunfuñó tras la sibilina medio sonrisita en los labios de ella y afianzó los dedos en la delicadeza de la mandíbula, la empujó hacia arriba y pegó la boca a la de ella hasta entreabrirle los labios y asaltar el interior con la lengua.

Kraka presentó resistencia a las fauces de Viggo solo para incitar algo más al deseo, que era más espeso entre ambos que la grisácea humareda que inevitablemente pululaba por la casucha. Y se rindió, cediendo al allanamiento de la lengua, al roce de los dientes, a la unión de los labios… Dejó escurrir entre los dedos la aurea trenza y reunió aquella mano con la que nadaba en el masculino vientre para con ambas, juntas, engancharse al pantalón.

Völva… —masticó Viggo la palabra, poniendo distancia entre los labios. La contempló con sus ojos como dos azulados glaciares y el visible de ella, una piedra que bien podría hundirlos—. Tu nombre.   

Kraka

—Viento —respondió Kraka y tiró con los dedos del cinturón que sujetaba los pantalones de Viggo. Abrió la hebilla y la hizo cantar. Introdujo las manos por debajo de la tela y tomó en la mano diestra el nacimiento de la palpitante y carnosa verga la vez que la zurda empujaba la ropa más allá.

Viggo frunció el ceño con la respuesta desprovista de sentido, a no ser que ella le hubiese entendido mal. Fue a interrogarla cuando Kraka empuñó la erección y él, él apretó las mandíbulas con tal fuerza que las muelas le chirriaron. Ineludiblemente, de la estrecha hendidura brotaron perlas translúcidas.

Kraka sopesó la barra cárnica veteada de pulsantes venas y subió por ella deteniéndose antes de llegar al glande. Distendió el agarre antes de volver a cerrarlo, ordeñando las gotas de presemen que se transformaron tras su acción en un largo chorro que le caló los deditos. A fe de los dioses que existían otras vías que no fueran la fuerza para sucumbir a un señor de la guerra y he ahí la prueba: Viggo Auðunsson era suyo.

Ost min, Kyss mik[2] —resolló él, usando las dos manos para sostenerla por el semblante. Kraka lo besó, bebiéndose parte de su esencia, de su ser. Oyó de manera lejana el suicidio del cuchillo al aterrizar en el suelo tras caerle del cinturón, y el sonido de la pálida diestra de ella trabajándole la verga, acariciándola de arriba abajo, de abajo arriba, masturbándola con ritmo tortuoso.

Qué bien sabía y qué bien se sentía entre los dedos, contra la palma, duro, cálido, mojado. Kraka emitió un quedo gemido y llevó su zurda hasta la pesadez de los testículos, escalfando el lechoso contenido. Entretanto, la diestra aumentaba el ritmo de las caricias.

Viggo entornó los ojos que había cerrado por unos segundos, sin emborronar por la ceniza que se los perfilaba ni tampoco por la pasión que le abrasaba de dentro afuera. Alejó las manos de la cara de Kraka y, sin previo aviso, las posicionó en sus hombros para desgarrarle la ropa de tres fuertes jalones.

Kraka, sacudida por el cese del beso y el arrebato homicida para con su ropa,  jadeó. Los broches que habían sujetado la tela brincaron en el aire y la abandonaron a la completa desnudez. El vaivén de su mano en la sólida y goteante verga cesó.

—De lo único que estoy seguro respecto a ti es de que no perteneces a Midgard[3] —admitió Viggo en un gruñido propio de la excitación. El cabello de Kraka seguía enmascarándole un lado de la faz y él tampoco pretendió revelarlo. Por el contrario, descendió con la mirada por el fino cuello de ella, siguiendo el rumbo de los picos de los cuervos y ante sí vio izarse los orgullosos senos coronados por gruesas areolas sonrosadas y puntiagudos pezones. Más abajo, un vientre hendido por un pequeño ombligo mecido por firmes caderas prestas a ser embestidas y cuna perfecta para un retoño. Entre los muslos, un triángulo definido asperjado de sedoso vello rizado.

Y ella, Kraka, no se lo negó, guardó silencio y con este le dio la razón. Al reflejo de la hoja del hacha y el cuchillo de Viggo, que habían quedado en el alfombrado suelo, flexionó las rodillas, se tumbó y separó los muslos.

—Ven y caliéntate en mi fuego, Viggo Auðunsson —lo invitó, mostrándole la húmeda entrada a su sexo.

Continuará…

Autora: Andrea Acosta. Texto corregido por Silvia Barbeito y dedicado a @Beka_Von_Freeze Información a pie de página extraída de Wikipedia y otras y diversas fuentes escritas.


[1] Los nudos poseían una especial importancia para los vikingos, por ello están presentes en numerosos símbolos mágicos.

[2] (Nórdico antiguo) «Mi amor, bésame». Famosa inscripción rúnica.

[3] En la mitología nórdica, dentro de Yggdrasill, el Árbol (fresno) de la vida que mantiene unidos a los distintos mundos, Midgard corresponde al de los humanos. 

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