Chs, chss, chsss… chisporroteaba el hogar a causa de las gotitas de aguanieve que se colaban por la claraboya e iban directas al fuego que, en respuesta, protestaba enrojeciendo las ascuas. Chs, chss, chsss… El humo denso que se generaba gota a gota parecía cubrirlo todo mientras que la oscura cabellera de Kraka, desparramada sobre las pieles en el suelo, bajo su cuerpo desnudo, se le enroscaba en los brazos, en las piernas, cubriéndole el lado izquierdo del semblante, besándole la rojez de grosella de los labios.
Viggo podría hacer uso del juicio, quitarse las fíbulas y junto a ellas las rastrojeras, deprisa; después, los pantalones y, finalmente, las botas. Sin embargo, consideraba que no tenía tiempo. «¿Acaso otro en semejante tesitura lo tendría?», preguntaría en voz alta si es que alguien lo estuviese escuchando. Los pálidos pechos rematados por sonrosados pezones tan erectos y duros que bien resultarían afilados como los bordes de su hacha y los pliegues sedosos y expuestos le daban la razón—. Buena Freyja[1]… —resolló, jurando que, desde su posición, en lo alto, olía el aroma meloso del sexo de Kraka.
—Ven dentro, no te enfríes —apremió Kraka, moviendo las caderas en una clara incitación. De la estrecha raja de su sexo manaba la fluida excitación que le endulzaba los labios vaginales y brillaba en su perineo. Parte del blót, originalmente en la cara de Viggo, le manchaba ahora a ella la cara, disimulando apenas el rubor y coloreándole los pómulos. Hipnotizada por la cimbreante verga nacida entre bucles rucios, que cabalgaba la colmada redondez de los testículos, gimoteó.
—Tu nombre, völva. —Se rumoreaba que mediante el empleo de un rito llevado a cabo por los sacerdotes del dios Frey[2] en el Templo de Uppsala[3] se podía subyugar a un enemigo, debilitarlo y, también, amarrar a un amante. Para ello, solo se precisaba el nombre de este. Viggo se acuclilló, notando el tirón de la ropa a la altura de los tobillos y por encima de las botas. Como era de esperar, la fémina no le respondió y él la asió por la cintura, girándola sobre sí misma.
Su boca graznaría muchas cosas, algunas a medias, otras encubiertas. No obstante, no su nombre. Kraka se dentelleó el labio inferior tras volverse, apoyó palmas y rodillas en el suelo, y quedó a cuatro patas.
Viggo la retuvo con la zurda y por la cadera condujo la diestra a media espalda; sus dedos retiraron la oscura cabellera y descubrieron un patrón de tinta que se intrincaba componiendo el vegvísir. El mismo que lo había recibido en la puerta e igual de rojo, consumiéndose por unas ascuas que no le quemaron las yemas al acariciarlo. Si bien la piel ahí no ardía, sí lo hacía en el interior de Kraka y de tal manera que a él le achicharraba los muslos. Sin demora, serpenteó con la derecha por la femenina espalda, frotó las nalgas rollizas y pasó el dedo pulgar por la llorosa entrada.
Kraka cerró los ojos inhalando profundamente y, al abrirlos, se reflejó en el suelo un foco de luz multicolor. En un quedo jadeo apretó los deditos de las manos y se bamboleó sobre las rodillas. Su posición le otorgaba un puesto de sumisión, de mansedumbre y, condenada fuera, pero lo único que le ocupaba la mente era la necesidad de tenerlo profundizando, buceando en lo calado de su sexo.
Dulce y, al final, un tanto acidulado. Ese era el aroma que desprendía el sexo de Kraka, que a él le dilataba las aletas de la nariz y le engrosaba la nuez. Viggo paró el dedo en el perineo y se untó el índice con los cristalinos jugos que lloraban de la hendidura y, con él, con él cargó dentro. Del mismo modo que un puño de seda, las femeninas paredes lo apretaron, recubriéndolo de un pegajoso deseo. Era como si hubiese metido el dedo en un panal de abejas y la rica miel se lo embadurnara.
Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve[4]… empujes se sucedieron por parte del índice antes de que se uniera a este el anular hasta los nudillos. El sexo de Kraka se regodeó con la incursión, prorrumpiendo un coro de soniditos húmedos y de succión, acompañados por la musicalidad de los gemiditos que le brotaban de la boca.
Viggo replegó los dedos en retirada, los extrajo, se los llevó a la boca y chupó la melosidad que los revestía. El sabor de Kraka le bailoteó en las papilas gustativas enardeciéndolo más. Presto, se los sacó de la boca y, con estos pegajosos de fluidos, agarró a Kraka por el cuello a palma abierta. Se reclinó sobre su cuerpo, se empuñó la verga y cavó en el interior del sexo que era profundo, profundo, afín al pozo de Urd[5].
Titilantes estrellitas igual que las que componían la rueca de Frigg[6] nublaron la visión de Kraka cuando la dura y revenada verga entró en su sexo. Compensó el peso entre las rodillas y una palma para meter la otra en medio de los muslos. Acarició el montículo velloso, descendió rozando la puntita del sensible clítoris y marchó al encuentro de la hendida humedad. Acompañó las embestidas de la verga, brillante con sus jugos, y al ir palpar el escroto, Viggo la prendió por el cuello.
—Dame tu nombre —exigió.
Continuará.
Autora: Andrea Acosta. Texto corregido por Silvia Barbeito y dedicado a @Beka_Von_Freeze. Información a pie de página extraída de Wikipedia y otras y diversas fuentes escritas.
[1] En la mitología nórdica Freyja o Freya era la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. También se cuenta que esta deidad solía acaudillar a las valquirias/valkirias.
[2] Fue un lugar de peregrinación en el que durante los meses de febrero de cada nueve años se celebraba un famoso festival en el que se llevaban a cabo no solo sacrificios de animales, sino también de seres humanos, entre otras importantes actividades para la sociedad nórdica.
[3] En la mitología nórdica, dios de la lluvia, del sol naciente y de la fertilidad. Uno de los más queridos del panteón.
[4] En la mitología nórdica, el número nueve es uno de los más importantes.
[5] En la mitología nórdica, el profundo pozo de Urd alimenta una de las raíces del árbol Yggdrasil.
[6] En la mitología nórdica, la diosa Frigg teje las nubes con su mágica rueda que, al ser tan lujosa, brilla en el firmamento, de ahí que los hombres atribuyeran tal nombre a la constelación que hoy en día conocemos como cinturón de Orión.