—Viggo Auðunsson, el Rompeolas —lo apodó Kraka en un resuello, en tanto preveía un nuevo orgasmo. El próximo clímax reforzaba el vaticinio que dotaba de sentido al sobrenombre, y montó la verga en su interior como en el futuro lo haría el drakkar[1] de Viggo surcando el tormentoso mar. La sangre embebería todo a su paso y el oro manaría.
Él no veía nada, cegado por el constrictor placer. El hervor del lácteo contenido de los testículos fundiría el oro del torque en su muñeca. Viggo mordería los redondeados senos de Kraka, se los comería, sabiéndolos dotados del mismo poder que las manzanas de Iðunn[2]. No obstante, prefería morir sepultado en su interior. Entrelazó los brazos tras la espalda de ella y la abrazó, apretándola contra sí vedando la posibilidad de que pudiera moverse.
Y ahí llegaba el torrente lechoso, anegándole el sexo, arrastrando en marea a su propio orgasmo. Kraka apretujó los deditos en los hombros de Viggo y, aunque los brazos de él la retenían, se arqueó. Una especie de gemido sollozante salió de entre sus labios, avivando el patrón lumínico bajo las oscuras hebras.
Viggo cerró los ojos, vaciándose, caño a caño, chorro a chorro de simiente. Venció la frente contra la de Kraka, sintiendo que ella se le escurría de entre los dedos como fina arena. Y sí, se le resbalaba metafóricamente pues proseguía agarrándola, inoculándole la rica esencia, mas la perdía. El mareó le royó el cráneo al quedarse vacío y mudó las manos de sitio, ahuecando en las palmas las femeninas nalgas.
Kraka paladeó la paz gozosa venida después del clímax que, además, alteró el patrón de color que le brillaba bajo la cortina de cabellera, acentuando la luminosidad. Traqueteó los dedos en los hombros de Viggo, separó su frente de la de él y, conduciéndolos a la rubia barba, procedió a trenzársela.
—Siempre estaré contigo —aseveró, entretejiendo las hebras—. Y tú, conmigo —ratificó, creando un pequeño nudo y, con este, un nuevo juramento.
—Kraka[3] —artículo Viggo, reparando en ese instante en que desde el primer momento había sido un sacrificio de sangre, no en el sentido de la palabra, sino en uno simbólico, de cara a perpetuar un nuevo linaje. Parpadeó ante la fuerza de la luz que de la media faz de esta radiaba por completo la suya y con la zurda echó hacia atrás la oscura pelambrera topándose con…
El puntito de luz que había guiado a Viggo hasta la cabaña ocupaba la cuenca correspondiente del ojo izquierdo de Kraka.
—Siempre que el viento… —Unió los labios dejando un pequeño huequito entre ellos para soplar— agite tus velas. —Y su auspicio gozaba de la misma credibilidad que el Völuspá[4].
De pronto, el aire que ella creó se tornó un fuerte viento, uno que zarandeó las trenzas de Viggo e hizo planear la cabellera de Kraka como dos grandes alas a los flancos de su cuerpo. Las calaveras del torque se desprendieron del engarce y marcharon hasta su regazo. El techo de la casucha protestó, resquebrajándose, y el fuego del hogar, el fuego empezó a agonizar.
—Siempre —graznó Kraka por última vez. La piel de su rostro se despegó, transformándose en una ceniza que bailó con el viento hasta desaparecer; músculos y huesos repitieron la acción, y quedaron solo de ella las revoloteantes alas, que ascendieron y se extendieron a los lados para resquebrajar todo a su paso, que se desmoronó sin causar roce y ni mucho menos daño alguno a Viggo.
El fuego murió y, por ende, el chsss…
Y el punto de luz danzó ante el semblante de Viggo para raudo ir al telar, donde impactó contra el patrón negruzco en una explosión de colores y bordó la silueta rojiza de un cuervo.
—Hrafnsmerki[5]… —farfulló él a la intemperie y ante el telar acariciado por los primeros rayos del amanecer. Viggo no pudo hacer nada para retenerla y permaneció unos instantes tratando de asumir lo acontecido. El olor de Kraka estaba sepultado en su piel y también su boca le guardaba recelosa el sabor. «Siempre», repitió para sí sin irrumpir en el silencio denso del vetusto bosque.
Se compuso las ropas, recogió el cuchillo y el hacha y, en pie, se dirigió al telar, en el que desmontó el gran estandarte. Con él pudo cubrirse desde los hombros hasta casi los tobillos, a modo de capa. Avanzó unos pasos, se topó con las calaveras de los polluelos sobre las pieles, las recogió y, de nuevo, caminó, aunque esta vez lo hizo para salir del bosque totalmente renacido como Viggo Auðunsson, el Rompeolas.
El mismo que las antiguas leyendas y cánticos cuentan que surcó aguas desconocidas, abriendo nuevas rutas de saqueo y conquista. El mismo que ondeaba al negro cuervo en cada una de sus hazañas. El mismo que aguardaba en el Valhalla a que, antes de la hora de Fenrir[6], la hora del lobo en el Ragnarök[7], Odín tuviese a bien reunirlo con Kraka y aquel o aquella fruto de su blót.
Autora: Andrea Acosta. Texto corregido por Silvia Barbeito y dedicado a @Beka_Von_Freeze.
[1] Impuesto por parte de los vikingos a aquellos que querían evitar el saqueo y la muerte en sus tierras.
[2] En la mitología nórdica, Iðunn es una diosa guardiana de las manzanas que dan a los dioses eterna juventud.
[3] o Kráka cuyo significado en nórdico antiguo es cuervo.
[4] La Profecía de la Vidente primer y más conocido poema de la Edda poética en el que se narra de manera escueta la creación del mundo hasta el fin del mismo, el Ragnarök y el posterior surgimiento de una tierra nueva que emergerá del mar.
[5] Del nórdico antiguo, Bandera de cuervo era eso mismo o, en versión estandarte, que solía ser llevada por los jefes/señores vikingos y su significado, como es obvio, estaba relacionado con la guerra y la muerte y por descontado, con el dios Odín.
[6] En la mitología nórdica, Fenrir es un poderoso y gigantesco lobo que matará al dios Odín en el Ragnarök. La hora del lobo es otra alusión al Ragnarök.
[7] En la mitología nórdica, el Fin del mundo, la batalla final en la que casi todo en el universo será destruido.