Hace dos días, fue el 8-M y para muchas mujeres se convirtió en un campo de batalla. Desde hace meses, hemos estado viendo comentarios de odio en Internet que excluyen a muchas de la lucha. La guerra entre los feminismos no es nada nuevo, pero cada día parece más visible.
Nos están matando, nos humillan, nos menosprecian constantemente y parece que hemos perdido el norte sobre el origen de estas agresiones. Perdemos más tiempo, peleándonos y queriéndole quitar derechos a la del al lado que hemos olvidado quien es el verdadero enemigo.
Aunque nos hayan criado en un entorno lleno de prejuicios y nos hayan explicado lo importante que es tener el poder, no podemos tomar a nuestras compañeras de lucha como rivales, dejándonos llevar por esas creencias. Las propias brechas que nosotras nos causamos, solo ayudan a las distintas estrategias que se han tomado para capitalizar este movimiento.
¿Qué se consigue con esto? Que perdamos fuerza, que el lema de “imparables” no pueda llevarse a cabo.
Algunas empresas pagan menos a sus empleadas que a sus empleados. Muchas mujeres recorren con temor, y el corazón en la garganta, el camino del metro hasta sus casas si han pasado las 11 de la noche. Otras son juzgadas si viven su vida sexual libremente. Unas llegan a ser violadas si deciden tomar decisiones rotundas como decir que “no”. A veces, nos sentimos mal por la ropa que nos ponemos, porque nos han obligado a ello. Y hay días que nos levantamos mal con nosotras mismas por no estar a gusto con nuestro cuerpo.
Es innegable que todas tenemos alguna anécdota que contar al respecto. Cuando digo todas me refiero a mujeres heterosexuales, bisexuales, trans, racializadas, la chica que viene de su pueblo y la que vive en el centro de Madrid. Sin importar la edad o si se dedican o no a la prostitución.
Una manifestación como 8M debería ser un lugar en donde tejer redes de cuidado y un espacio en el que todas nos sintamos cómodas. Lo siento mucho, pero si no somos capaces de conseguir esto, estamos fracasando.
La guerra entre feminismos está generada por las brechas internas que solo afectan a nuestra lucha. Esto lo único que consigue es debilitar al movimiento y hacer que muchas mujeres se sientan solas, sin apoyo.
Si de verdad queremos una justicia que nos proteja a todas, aprendamos a dejar las diferencias a un lado y a ver, de una vez, que la chica, mujer, señora, que está a nuestro lado, quiere lo mejor para todas. Como cualquier de nosotras debería querer.
Por ello, debemos saber dos cosas: el 8M no debería ser un escaparate de nada. Solo una muestra de lo que estamos haciendo cada día para mejorar una situación que verdaderamente nos pueda convertir en imparables; y dos, debemos reflexionar y pensar quién es el que se beneficia de nuestro odio interno. Porque no somos nosotras y es una trampa que nos están poniendo en el camino.