Lise (Melissa Guers) tiene 18 años y está acusada de haber asesinado a su mejor amiga cuando era menor de edad. El juicio trata de demostrar si esa joven, que asiste prácticamente inmóvil a las acusaciones de haber hundido un cuchillo en la otra chica mientras dormían juntas, fue capaz de matar. La chica del brazalete (Stéphane Demoustier, 2019) es una joven que tiene un brazalete en el tobillo que no engaña: se encuentra en libertad vigilada. Esta película francesa expone ante los ojos adultos, tanto del tribunal como del espectador, los dramas que esconde una vida adolescente, sobre todo cuando el mundo adulto le aparta la vista.
La joven Lise expresa a lo largo de toda la cinta una enorme frialdad mientras sus padres van siendo conscientes de la gravedad de las acusaciones. El padre, muy involucrado en la defensa de la inocencia de la chica, ha de asumir de que su niña se va haciendo mayor y mantiene relaciones sexuales. El sexo actúa como trama paralela al juicio y se presenta como una inquietud que puede alterar por completo las vidas y provocar pasiones tan calenturientas como criminales. La amiga asesinada había difundido unas semanas atrás un vídeo erótico en el que se ve a la protagonista haciéndole una felación a otro chaval, que a su vez estaba liado en la sombra con la fallecida. Unas intrigas desconocidas para los adultos pero que atormentan a la chica del brazalete.
El amor, o como se llame aquello que llena de pájaros la cabeza adolescente y de mariposas su estómago, se cuela durante las sesiones que intentan descubrir quién se cargó a la chica que divulgó la secuencia sexual. Lise está liada con otro chico, que se las ingenia para visitar a la acusada de asesinato en plena noche. La madurez y la frialdad juvenil se expresa cuando, al pillarles el hermano pequeño de la muchacha, esta le amenaza con no dejarle su habitación si termina en la cárcel.
La fiscal que intenta confirmar que Lise mató a su amiga, así como la abogada que la defiende, arañan desde fuera las intimidades que tantos padres nunca conocerán sobre sus hijos. El espectador se sumerge en una intriga donde nadie sabe muy bien si esa chavala en apariencia inocente urdió un plan que dejara muchos grises a la hora de encontrar al homicida. Nadie se imaginaba que la noche en la que la cama de una chica se llena de sangre, apenas unas semanas después de haber traicionado a su amiga, esas sábanas albergarían un encuentro lésbico en una edad donde la sexualidad no tiene por qué tenerse clara. Ni falta que hace. La vida sexual desconocida de la chica del brazalete, totalmente desconocida para sus padres, le permite protegerse de los indicios de asesinato. El cuerpo y la cama de la difunta están llenas de huellas y restos de ADN de Lise, pero… ¿En qué polvo no acaba el catre como si hubiera habido una pelea?
El símbolo sexual de la chica del brazalete
La película, más allá de desarrollar su argumento un juicio, podría utilizar un viaje interespacial, la resurrección de los muertos o una noche en un museo para lanzar su mensaje. La chica del brazalete proyecta una realidad en la que navegan miles de jóvenes que nadan por una sexualidad escondida para sus familiares, principalmente, porque no se atreven a decirles sus problemas. La incomprensión, el convencionalismo o la desconfianza se abrazan y dejan solos ante el peligro a chavales que están descubriendo el sexo, la pasión y las traiciones sin que nadie les eche una mano para saber cómo reaccionar ante los imprevistos.
Esta reseña no va a destripar el desarrollo de la película pero sí comentar frases como «¿Te consideras una chica fácil?». Este concepto es peligroso, pues nadie es fácil ni difícil sino enteramente dueño de sus conductas sexuales o íntimas. Más allá de juicios en la gran pantalla, los juicios verdaderamente peligrosos son aquellos que se celebran en los ojos y en las actitudes de mayores y jóvenes ante aquella sexualidad que no comprenden.