—¿Quién es? —preguntó.
—El fantasma de las Navidades presentes —alegaron con un tono jovial y un claro acento del East End.
Harry se apresuró y tiró del pomo.
—Claire… —musitó, sorprendido. El elegante corte bob en el castaño cabello enmarcaba la femenina cara de nariz respingona y piel de melocotón. También vestía un pesado y cálido abrigo y, a diferencia, de Megan, no llevaba carmín tiñéndole los labios, solo un brillante gloss.
Claire izó la mano diestra y a palma abierta le acarició el cuello y se regodeó, al final, en el esternón. Sonrió y pasó al lado de Harry, siguiendo a pies juntillas la estela de Megan, incluido lo de zafarse de la ropa y quedarse en fina lencería (la suya de color negro). Los aros del sujetador le acunaban los pequeños senos, jugosos como mandarinas, y el culotte le recogía el menudo trasero.
—¿Qué hacéis aquí? —tardó Harry en interpelar y, de paso, cerrar la puerta. Se apoyó de espaldas a ella parar observar al par de bellas féminas que iluminaban el salón más de lo que sería capaz cualquier fuego. Los tres habían mantenido una relación hasta hacía escasos meses, él había cortado por lo (mal llamado) sano con el pretexto de volver a centrarse en las finanzas y recuperarlas después de una operación fallida. Una ventisca invernal le azotaba los alvéolos mientras los icebergs que le nadaban en los ojos amenazaban con fundirse si ellas permanecían en la estancia ofreciéndose cual suculento banquete navideño.
—Visitarte —dijeron ellas al unísono. Tan distintas, tan complementarias.
A Harry el corazón le latía al ritmo de la Sinfónica de Londres tocando Deck the Halls. El deseo le roía las entrañas, le humedecía las manos y le inflamaba las venas de las sienes, y qué decir de su polla, que le aporreaba el pantalón, buscando salida incluso a través de los bolsillos.
—Visitarme… —pronunció, caminando al encuentro de las mujeres.
Claire, pese a no ser la primera en haber llegado al apartamento, se concedió la avanzadilla y, sin preámbulos, se estiró sobre las puntitas de los dedos de los pies y tomó la boca de Harry en un beso. Saboreó el gusto a hombre y a whisky para, a continuación, cederle el sitio a Megan.
Él, en una milésima de segundo, estuvo zozobrando en los recuerdos y el hielo de su mirada se fundió. Harry extendió los brazos y recogió contra el pecho los cálidos cuerpos de Claire y Megan; se meció en unos labios y luego en otros, sintiendo cómo su cuerpo, en según qué zonas iba ablandándose y, por el contrario, en otras se endurecía.
(Continuará…)