Ariadna no sabía muy bien qué rol iba a tener esa noche. Ángel la había dejado con la duda la noche anterior. Estaba ansiosa y temerosa por saber en qué se había metido aceptando aquella extraña invitación. Pero debía admitir que en los juegos de sexo… Ángel era el rey.
Ángel por su parte preparaba la noche más especial de su vida. No cabía en sí de gozo. El juego no había hecho más que empezar y pensaba llevarlo hasta el final. Sabía que si apretaba, Ariadna sacaría todo su potencial. Le costaría al principio, pero la gata que llevaba dentro era callejera.
Las horas pasaban lentas para los dos. No tuvieron comunicación en todo el día. Formaba parte del rol. Solo se hablarían cuando se tuvieran frente a frente. Pero se podían pensar y tocarse pensando el uno en el otro. Calentando motores, dejando que la imaginación fuera a lugares desconocidos que quizás fueran descubriendo a medida que el juego avanzara… todo era posible.
Quedaron a las 12. Cuando el día muere y nace una nueva aventura, como metáfora de lo que iba a pasar a continuación. Irían vestidos de normal. Nada de arreglarse ni maquillarse para aparentar algo que no se es. Solo naturalidad y disposición, esta noche todo sería un enorme «sí».
Cuando llegó Ariadna observó que todo estaba iluminado por velas. La luz del fuego hacía el ambiente cálido y acogedor. Ángel estaba en camiseta y vaqueros, con el pelo húmedo… se acababa de duchar. La cogió entre sus manos y puso sus labios sobre su boca. Sin besarla… el juego era así.
La llevó a su habitación y la desnudó. Suavemente iba quitando las capas de ropa que la traían envuelta. Olía a canela. Ángel le vendó los ojos y la tumbó cuidadosamente boca abajo.
«No vamos a follar, eso ya lo hemos hecho muchas veces. Primero quiero que notes algo distinto… ¿tienes miedo al dolor?»
¿Dolor? Pensó Ariadna. Ángel se percató de la inseguridad de la chica… la acarició dulcemente, pasando su mano por la melena hasta llegar a la zona lumbar de su espalda. Repitió esto hasta que notó como el cuerpo de Ari se relajaba. Los músculos se destensaban y la postura dejaba de ser rígida. La cabeza reposaba en la almohada y su respiración era profunda y tranquila. A su vez, notaba como se iba encendiendo su piel a medida que su mano investigaba la anatomía de su entre pierna.
«Ari… confía en mi. El juego de rol empieza ahora… ¿tienes miedo al dolor?»
Ariadna negó con la cabeza. Ángel empezó su tarea.

Las manos se le perdieron en lo más hondo de Ari. Ella estaba húmeda y abierta a nuevas emociones. Notaba como cada vez estaba más caliente y cómo el orgasmo se acercaba. Cuando ella empezó a gemir le derramó algo en la espalda.
Ariadna estaba privada de la visión, no sabía qué acababa de pasar. Notó un líquido en su espalda, como un pequeño fuego… como un mechero pasado por la piel. Y como se endurecía al contacto del aire. Ángel se lo volvió a derramar. Una y otra vez. La espalda de Ari ardía. Era cera.
Ángel metía los dedos a la vez que echaba cera en la espalda de Ariadna. Ella se retorcía en una algarabía de dolor y placer que la hacía retorcerse en la cama. El orgasmo se hacía presente, el squirt mojaba la cama y la cera quemaba la piel. Todo en una perfecta melodía de gemidos ciegos.
Ariadna notó como le cogían las manos y las ataban a la espalda. Ángel la tenía a su merced. Con el coño mojado, atada y quemada… notó como se la empezaba a follar. Pero gritó «para». Ángel le hizo caso.
«Ahora me toca jugar a mi» exclamó ella.
Ángel no pudo más que desatarla… su dominio llegó a término por esta noche. Cambio de rol.