Hará cosa de una semana que saltó este artículo en The Independent en el que muy resumidamente se decía que no debería haber manifestaciones kinksters ni BDSM en el Orgullo LGTB+. El autor de ese artículo decía que no iba a entrar en los porqués de esa afirmación, pero yo sí que voy a hacerlo porque creo que es necesario.

El BDSM es lo que es por el activismo LGTB
Y para ello primeramente voy a entrar en el aspecto histórico: el BDSM actual nació en los años 50 en las comunidades SM gays estadounidenses e inglesas, lo que por aquel entonces se denominaba la Old Guard. Eran clubs en los que se practicaba el sadomasoquismo y, al estar formadas por gays veteranos de la Segunda Guerra Mundial, tenían una jerarquía muy estricta: no admitían switches, personas que considerasen que se trataba de un juego y no siguiesen las normas, mujeres ni hombres heterosexuales. Seguían la estética y la filosofía del libro «The Leatherman’s handbook» (Larry Townsend).
Posteriormente, casi 30 años después fueron las lesbianas de San Francisco las que reivindicaron su derecho a ser parte de esa comunidad SM. El colectivo de SAMOIS publicó «Coming to power: writing and graphics on Lesbian SM» (1982) del que salieron dos grupos de activismo lésbico sadomasoquista: The Outcast y The Exiles.
De The Exiles formaron parte tanto Pat Califia (un hombre transexual) como Robin Sweeny que publicaron en 1996 publicaron una antología, continuación de Coming to Power, titulada “The Second Coming: A Leatherdyke Reader”. Y años después, ya en la década de los 90 fue cuando el BDSM se abrió a las personas heterosexuales. Es decir, el BDSM es lo que es hoy gracias al inestimable valor de los colectivos LGTB+, negarles la representación en el Orgullo es negarles parte de su identidad y es restarle valor a su importantísima labor para con la comunidad kink y BDSM.
El armario BDSM

En el artículo de The Independent se habla también de que siempre puedes esconder tu fetiche porque habrá gente que no quiera verlo. Esto suena exactamente igual que justificar que una persona heterosexual conservadora te diga que si eres gay mejor no vayas de la mano con tu novio. Que es por decencia pública y que su hijo menor de edad no debería ver estás cosas hasta que decida contárselas. Porque eso es lo que dice literalmente en el artículo:
“As Pride is held in a public space and is a public event, it should be open to the public while also following the standards of public decency”. Traducido sería algo así: como El Orgullo LGTB se lleva a cabo en un espacio público y es un evento público, debe estar abierto al público y al mismo tiempo seguir los estándares de la decencia pública.
Skylar Baker-Jordan, The Independent
Sí, se nos oprime por ser kinks. Se nos trata de locos, de depravados, de alienadas y machistas por vivir nuestra sexualidad como queremos. El sadomasoquismo sigue dentro del DSM 5 como una enfermedad mental, como si se pudiesen reconducir nuestras preferencias. Como pasaba exactamente con la homosexualidad hasta 1973. Solo imagina por un momento lo que sentían las personas LGTB en 1970. O incluso en los noventa. Estamos oprimidos y desde demasiados frentes.
Preferencias sexuales
El autor dice además que el BDSM es una preferencia sexual y que, al contrario que la orientación sexual, puede cambiar. No señor, esto es kinkshaming de manual: nadie elige ser kinkster, sadomasoquista o lesbiana. Se elige practicarlo o no practicarlo y se elige dónde practicarlo. PERO NO SE ELIGE SERLO. Y sí, la orientación sexual o de género también pueden cambiar a lo largo de nuestra vida (o no hacerlo). Y eso no es malo, es muy bueno, nos brinda experiencias maravillosas. Puede no cambiar nunca o incluso sentirse diferente ya en la vejez: como Caitlyn Jenner (mujer trans desde 2015) o las hermanas Wachowski (desde 2003 y 2006) o Demi Lovato (ahora elle).
Sí, es cierto, el BDSM no se ve, pero se tiene que normalizar. Y qué mejor forma de que se haga visible en el Orgullo LGTB+, que es donde se gestó. Que hay sumisas para las que es muy duro sentir que son feministas y que les gusta que su pareja (hombre) las azote. Es muy difícil lidiar con ello y es hacer exactamente lo mismo que los conservadores quieren: censurarnos y tratarnos como mentalmente enfermos. Tan distinto no es.