Era una tarde cualquiera. Mario era jefe de una empresa y Sara la sexy secretaria. Esa tarde Mario llamó a María y le reclamó los datos: «Tengo que repasarlos». María contestó que sin problemas. María llegó a casa de Mario y lo hizo con camisa de botones, una falda corta, su pelo suelto y las botas altas.

Mario le hizo saber que le gustaba esa combinación. María sonrió. Se fueron a la habitación y María estaba pasando mucho calor; se le entreveía el escote con esos botones desabrochados. Luego le comentó a su compañero que se había echado una crema nueva: «Mira qué suaves tengo las piernas». Mario tocó timidamente sus piernas.

El colmo llegó cuando María actuó conforme al viejo truco: «Uy, espera, que se me ha caído un folio». Entonces se agachó y dejo entrever un tanga rojo. Mario se empalmó y María fue consciente del tamaño de ese bulto. Tenía que preguntar por él, claro. Este respondió: «Llevas poniéndome cachondo desde que entraste». A María le gustó esa respuesta, añadió un «Pues verás». Así, empezó a contonearse y moverse. Al poco, se desnudó y puso a 100 a Mario.

María no podía estar más excitada.
María les pidió más y más.

María bajó y empezó a comerle la polla a Mario. Su jefe no podía aguantar más y le echó toda su leche en la boca. María se había quedado con ganas de más: «Yo quiero ver de que eres capaz». Al hombre le gustó el reto y la atrajo para sí: «Ven aquí». La puso contra el cabecero de la cama y la reventó a pollazos cada vez más fuertes.

María gemía y gemía y de repente sonó el timbre. Era el cartero y María aprovechó para invitarlo a la fiesta. Este hombre se quedó blanco. Tras unos segundos de reflexión, el cartero se sacó la polla y María mamó hasta que el repartidor se corrió. Mario admiraba el vicio de su secretaria, una secretaria que se puso a cuatro patas y les pidió a los dos: «Folladme duro».

María acabó llena de leche por todo su cuerpo. El cartero y Mario desfondados de lo brutal de las folladas. ¿La conclusión? A veces las cartas llevan sorpresa

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