«¿Eres virgen?» Le pregunté. Tenía cara de buena, pero yo sabía de sobra que era gata callejera. Se puso colorada y me apartó la mirada «Sabes que no» dijo mientras me clavaba la mirada.
La conocí cuando paseaba, una noche cualquiera. La Luna brillaba, ella reía y el viento el vestido le levantaba. Ella se lo ajustaba. Se lo bajaba, pero él, rebelde se le remangaba, dejando ver por debajo un culotte rosa, con frutitas estampadas.
Hablé con ella. La saqué a bailar, pero en un momento me apartó a una esquina. Me empezó a besar. Y la sentí enloquecer. Ella quería seguir en otra parte, yo le dije que primero quería beber un poco y necesitaba una acompañante. Accedió. Parecía pequeña, sus ojos grandes y claros jugaban con las luces del local. No me pude aguantar «¿Cuántos años tienes?» Se reía «Tranquilo, no soy menor de edad, es solo apariencia, en realidad estoy cerca de los treinta.». Me quedé impactado. Y entonces se lo dije «Pues yo pensaba que eras virgen.» «¿Quién te ha dicho que no lo sea.».
No sé por qué eso me dejó tan petrificado. Me daba morbo, ser su primero, pero por otro lado ¿Será cierto? Ella al ver mi cara estalló en carcajadas. Claramente no era virgen.
«-Entonces no lo eres.
-¿Qué entiendes tú por ser virgen?
-Pues alguien que nunca ha follado.
-¿Y qué entiendes tú por follar?
-¿Meter y sacar?
-Qué pobre… y qué hetero.
-Lo soy.
-Lo eres.
-¿Y qué hay de malo en eso?
-Nada, solo que es pobre.»
Pobre… ¿Qué quiere decir? ¿A dónde quiere llegar?
«-Vamos a tu coche, voy a llevarte a un sitio.
-Pero no has contestado a mi pregunta
-Tu pregunta se contesta sola.»
Nos metemos en el coche y me dice que conduzca. Que busque lo oscuro y que no la mire. Noto como su mano busca mi entrepierna. Me toca, me desabrocha el pantalón. Noto su mano como juega dentro la tela. De pronto me entra calor y de fondo oigo su risa, juguetona «¿Aún quieres saber si soy virgen?»
Llegamos a un desvío, aparco el coche. No se ve nada. «Entonces… ¿Eres virgen?» La noté sonreir. Se fue al asiento trasero y tiraba de mi camisa para que la acompañara. Se puso encima mía y me empezó a besar. Esa boca no era la primera vez que besaba ni esas manos la primera vez que recorrían el cuerpo de un hombre. Juguetona se echó a un lado y me puso la mano en su cuello. La fue bajando poco a poco hasta llegar justamente a donde quería que la tocara. Le quité el vestido, ese tan rebelde que le remangaba, le bajé braguitas rosas y bajé a besarla. Me agarró fuerte del pelo.
«-¿Te he pedido yo que me hagas eso?
-No
-Haz solo lo que te digo.»
Quería que la tocara. Solo tocar. Ella estaba mojada, me esperaba. Jugué con su clítoris. Mis dedos suaves acariciaban su anatomía mientras que ella pasaba sus manos por sus pechos. Le metí un dedo. Me pidió más. Otro. Más. Otro. Así hasta cuatro. Notaba su piel totalmente erizada y su respiración acelerada. Mis dedos entraban y salían de ella. Sabía que no era virgen. Usaba las dos manos. Con una estimulaba su clítoris y con la otra la penetraba, poco a poco cada vez más rápido. Notaba como ella se iba a ir. Me pedía velocidad y yo se la di. Arqueó la espalda y noté como mis manos se mojaban.
«- Llévame a casa, te voy a enseñar una cosa.»
Conduje rápido. Quería saber que me tenía preparado. Cuando llegamos al destino se bajó del coche pero me pidió que yo me quedara dentro. Una vez fuera se apoyó en mi ventanilla.
«-¿Eres virgen?»- Le pregunté entre risas
«-Yo no, pero tú sí
-¿Yo?
-Sí, tú. Que alguien sea virgen significa que hay algo que no ha hecho nunca. Tú nunca habías hecho llegar a una mujer al orgasmo sin que ésta te tocara. Y hoy te ha pasado. Así aprenderás a no hacer preguntas tontas.»
Y se fue. Nunca más le pregunté a ninguna mujer si era virgen o no. Hasta que la volví a ver un año después. En el mismo bar. Con la misma mirada… y la misma risa.