Huele a sudor. Decenas de pies descalzos saltan sobre el suelo, libres. La música invita a dejarse llevar. El ambiente pide a gritos dejarse llevar. Los propietarios de esos pies no se conocen, pero al poco empiezan a acariciarse y a juntarse. Un abanico de manos pelea por tocar la piel de la persona de al lado en una orgía en honor al sentido del tacto. Unos cuantos metros más allá, cuadros eróticos y esculturas explícitas. Este es un buen retrato del Erostreet Festival: complicidad, sexualidad, respeto y arte en un fin de semana en el Museo de Arte Moderno Europeo (MEAM) de Barcelona.
Un paseo por los tres pisos del edificio muestra la amplitud de temas que abarca la cita. Ante la atenta mirada de dibujos y cuadros eróticos, una mujer, desnuda, deja resbalar pintura blanca sobre su cuerpo mientras descubre una nueva dimensión de sí misma. Más abajo, unas cuerdas insinúan que atarse puede ser una buena forma de desatarse. El sexo y sus magníficas contradicciones.
Nal Anahí Canela, de 35 años, no para quieta. Es una de las organizadoras del Erostreet Festival 2019 y sube y baja escalones a una velocidad admirable. De vez en cuando coge el micrófono y finge un -sonorísimo- orgasmo después, o antes, de contar algún cambio en el programa. Sentada en uno de los escenarios del museo, explica que esta edición ha reunido a unas 320 personas, más el elenco de 50 de la organización: «La gente viene a disfrutar, muchos han sacado entradas de los dos días». La elección del MEAM responde al deseo de sacar los festivales sexuales de «lugares lúgubres». «El arte habla con libertad, sirve de canal para la educación sexual y es diversidad», añade.
El aburrimiento es el único vetado en el festival. El tiempo se reparte entre sesiones informativas, mesas redondas tan amplias que la maternidad se acaba relacionando con el shibari (ataduras erótico-artísticas japonesas), las ponentes enseñan a abrazar -más de 18 segundos para que sea efectivo- o describir el placer del squirt mientras se imita a una cucaracha. El caso es que la gente parece entenderlo, así que el método funciona.
El perfil de los asistentes es variado. Hay de todo, un símbolo de la amplitud que el sexo puede reunir. Marta Tordera, de 26 años, conoce el tema. De ella destacan su pelo rojo -pasión- y la rotundidad con la que habla del peso de la cultura sexual en estos tiempos. Esta psicóloga y sexóloga reflexiona sobre cómo en un mundo hipersexualizado «el sexo sigue siendo un tabú». Por eso ha venido al Erostreet Festival, para seguir «tomando conciencia de la sexualidad más allá de lo normativo». Tordera intenta aprender para ayudar a forjar la educación sexual de adolescentes a los que da clase. Sus metáforas, que explican el consentimiento con ejemplos sobre la piña en la pizza, funcionan.
La presencia es más femenina que masculina. Las mujeres salen muy sonrientes de los talleres no mixtos y expresan su fuerza en cualquier ocasión. Uno de los hombres más interesados en las sesiones es Aleix Segura, de 38 años. Sus amigos no terminan de compartir esta afición, pero a este ingeniero industrial le da igual. Hace poco descubrió el mundo del tantra y quiere profundizar. Además, dice que le ha sorprendido la capacidad de las mujeres para fantasear: «Me esperaba historias de hacer el amor a la luz de la luna… y todo lo contrario».
La diversidad del Erostreet Festival
Un ingrediente esencial para el buen ambiente de la convocatoria es el humor. Los asistentes hablan abiertamente de coños, de clítoris, de orgasmos o de empaparse, siempre con una sonrisa. También cuentan que redescubrir su sexualidad los ayudó a superar una depresión, como recuerda Nuria Antolí, de 30 años. «Me interesan especialmente el autoconocimiento y el deseo en pareja», señala. Viene sola porque su entorno tampoco se anima y, aunque se define como tímida, esta diseñadora textil no aparenta serlo cuando habla de sexo.
Las horas pasan rápido y la mala fortuna también hace de las suyas. Algunos talleres se cancelan por desgracias al comprar un billete de avión y alguna tertulia no termina de convencer «porque son muy de propaganda», argumentan quienes deciden irse antes de que acabe. En cambio, nadie se mueve en el silencio sepulcral de una sesión de Shibari. La sumisa, una mujer con diversidad funcional, se eleva gracias a las cuerdas; su silla de ruedas se convierte en una herramienta más del espectáculo. La ovación cuando termina la función también la hace volar.
¿Y cómo aplicar lo aprendido a tu vida sexual? Tener compañía siempre es recomendable, así que para ello hay que abrir el libro de la seducción. Basta con una silla, música, predisposición y poca vergüenza para conseguirlo. En el Erostreet Festival también se baila, o algunos lo intentan, mientras los turistas que abarrotan el barrio Gótico de Barcelona se detienen y estiran el cuello para ver qué pasa ahí dentro. Sus cámaras han encontrado otro tipo de arte.