El Panteón griego estaba compuesto por deidades varias. Zeus, rey del Olimpo y dios de la luz y el rayo. Hera, su esposa, protectora de las mujeres casadas. Los gemelos Ártemis y Apolo, dioses de la Luna y el Sol respectivamente. Afrodita, la diosa del amor, y su hijo Eros, también dios del amor y de la pasión.
Estos dioses protagonizan algunos de los mitos de la Antigua Grecia (y, por herencia, también de la Antigua Roma). Una de esas historias es la de Apolo y Dafne, que da origen al uso de la corona de laurel como signo de triunfo.
Las flechas de Cupido
Eros – o Cupido según la nomenclatura latina – era el único niño del Olimpo. Armado con un arco y un carcaj de flechas, podía alterar las emociones de las personas. Esta tarea, que de por sí resultaba grande para un niño, la llevaba a cabo Eros de manera irreflexiva, pues era caprichoso y frívolo.
Un día, Apolo, el Dios Sol, ególatra y soberbio, se rió del pequeño Cupido y de su «estúpido poder«. Ofendido, Eros le disparó una flecha con punta de oro, directa al corazón.
Apolo se rió aún con más ganas, pues aquella flecha no le había causado ningún daño – claro que no era aquel su cometido -. Dio media vuelta para alejarse del pequeño, y entonces se topó con Dafne, una de las ninfas hijas del río Peneo. En cuanto la vio, se volvió loco de deseo y decidió seducirla. Nunca lo había rechazado una mujer. Era el Dios Sol, el más hermoso y resplandeciente de Grecia.
Pero había insultado a Eros, así que este disparó una segunda flecha, con punta de plomo, al pecho de Dafne. Fue en ese momento cuando hizo germinar en la ninfa otro sentimiento: el del odio. Y, cuando Apolo se acercó a ella, decidido a conquistarla, la joven lo rechazó y huyó de él.
La persecución de Dafne
Apolo persiguió a la ninfa a la carrera, atravesando bosques, colinas y arroyos. Dafne huía de él, y cuanto más huía, más la deseaba el Dios Sol. Cuando estaba Apolo a punto de raptar a Dafne, la ninfa llegó a orillas del río Peneo, su padre, y rompió a llorar pidiendo auxilio. Fue entonces cuando el río se compadeció de ella, y decidió librarla de Apolo.
Él la alcanzó al quedarse parada, pero cuando fue a besarla chocó contra una sólida pared de madera. Miró Apolo a Dafne y observó que el cuerpo de la ninfa se había estirado, hundiéndose en la tierra y alargándose hacia el cielo. Su piel se había vuelto rugosa corteza. Y sus lágrimas se habían convertido en hojas que caían a su alrededor.
El río Peneo había convertido a su hija en un laurel para que Apolo no pudiera violarla. Y entonces Apolo decidió que el laurel sería su árbol sagrado, y que a los héroes que regresaran victoriosos de las guerras se los homenajearía con la corona de este árbol.
El aprendizaje de Apolo
La moraleja o enseñanza del mito de Apolo y Dafne es similar a lo que, en principio, aprendió el propio Dios: no subestimar el poder de Eros/Cupido o, lo que es lo mismo, no subestimar el poder del amor y la pasión.
El sexo y el deseo siempre han sido componentes clave de la mitología, utilizados para explicar rencillas, traiciones, e incluso motivos de guerras y grandes enfrentamientos (Troya). Lo pasional y erótico – palabra cuya etimología, por cierto, viene de Eros – se enfrenta con lo racional y lógico – la Psique.