Sexualidad y afectividad en personas con discapacidad intelectual (III)

En anteriores artículos hemos hablado de la falta de reconocimiento y legitimación de las necesidades afectivo-sexuales de las personas con discapacidad intelectual, de sus familias y de los profesionales que les atiende. En esta tercera entrega quisiéramos de un asunto trascendental: su visibilización, integración social y normalización.

Porque una reflexión sobre la integración social nos parece obligada. Vivimos un momento histórico confuso y hasta convulso en este área. Estábamos comenzando a verse algunos logros de los programas de integración. También los errores cometidos, luces y sombras como en cualquier proceso de innovación.

Pero los últimos años han sido demoledores en poner palos a las ruedas de ese proceso. Porque parece claro que lo que en realidad se pretende con estos programas, que necesitan recursos importantes, es que estos chicos y chicas, estos hombres y mujeres distintos, se integren socialmente, normalicen su vida cotidiana y, con esta finalidad, no dudamos ni ponemos reparos en enseñarles y capacitarles en muchos aspectos de la vida.

Discapacidad intelectual
Las personas con discapacidad intelectual merecen normalización.

En cualquier caso, les diseñamos extraordinarios y novedosos programas de aprendizaje para que sepan manejarse. Muchos/as siguen programas educativos integrados en centros ordinarios. También tratamos de facilitarles un trabajo que les permita un cierto nivel de independencia a sabiendas de que, en nuestra sociedad, disponer de un trabajo y tener una cierta capacidad adquisitiva y de consumo, es un elemento fundamental dentro del proceso de autonomía.

En definitiva, promovemos muy diferentes actuaciones para su integración laboral y social, pero, frecuentemente, no les enseñamos de manera adecuada aspectos que tienen que ver con su sexualidad, su afectividad o sus relaciones interpersonales. Y esto puede ser, en alguna medida, un error porque les dejamos asomarse a la calle, al mundo, sin la formación precisa en este campo, dejándoles más vulnerables. Para nosotros, esta situación puede contribuir a la aparición de riesgos en el campo de la salud sexual y reproductiva, que sería bueno tener en cuenta.

Discapacidad intelectual y sexo

Reconocemos que ha habido cambios extraordinarios en la vida de estas personas, aunque es seguro que, para mucha gente cercanas a ellas, estos avances serán considerados todavía insuficientes. A lo largo de nuestra experiencia profesional hemos comprobado algunos de estos cambios, si bien los que han tenido lugar en el terreno del reconocimiento y aceptación de su sexualidad son, con diferencia, mucho más modestos que los experimentados en el campo de su educación general, formación profesional, trabajo o integración social.

Por tanto, siempre a nuestro modo de ver, una de las contradicciones más gruesas en el momento actual tal vez pueda radicar entre, de una parte, los importantes y evidentes avances en muchos aspectos de la vida de estas personas y, de otra, la extremada lentitud con que se reconoce su dimensión sexual y afectiva. No hay problema para facilitarles trabajo, oportunidades educativas…, hacemos todo lo posible para ello… Pero ¿y el afecto, y la sexualidad?

Como nos decía una educadora de APROSU (Las Palmas): “Aunque en muchas ocasiones los chicos no nos la piden (información sexual), tampoco nos piden, por desgracia, una educación, un empleo, unas vacaciones… Y, sin embargo, para eso, no dudamos un momento en buscarle los recursos”. Hemos dicho sí a la integración en temas laborales, sociales o de atención y asistencia en salud, pero cuando abordamos la cuestión afectivo-sexual, ahí sí que nos paramos. No reconocemos su existencia.

Por ello, solemos invitar a familias y profesionales a que, sin prisas, se vayan incorporando estas cuestiones a la educación de los chicos y chicas con discapacidad intelectual. Capacitarles, darles recursos para que afronten de manera positiva sus necesidades en este ámbito. Cada cual, a su modo, según sus posibilidades. Pero sería deseable que ello ocurriera porque de esa manera, se puede contribuir a que se sientan mejor como personas, más contentos consigo mismos/as y con los demás, en definitiva, ser un poquito más felices.

Es razonable pensar que si los procesos de integración y de normalización – o si se prefiere de respeto a la diversidad- siguen un sendero adecuado, las demandas vinculadas a la vida sexual-afectiva y reproductiva se incrementarán en los próximos años. Cuanto mayor sea el grado de integración mayor será la demanda de este tipo de servicios (educación sexual, planificación familiar, disfunciones sexuales, problemas de pareja…etc.).

Irán a actividades de ocio y tiempo libre, a la discoteca o a una cafetería y en este entorno puede que alguien se acerque a ellos/as, inicien conversaciones, se sientan atraídos o traten de seducirles, puedan citarse, se expresen deseos y sentimientos, manifiesten sus gustos o bailen juntos. Se van a encontrar con situaciones en las que los afectos y los impulsos sexuales pueden emerger por su parte o por parte de otros/as. Si no los preparamos, si no les capacitamos la probabilidad de que haya más riesgos se incrementa. La ignorancia no es buena cosa en este ámbito del conocimiento humano.

¿Cuál es el camino? No sería exagerado afirmar que está por hacer casi todo y que, probablemente, la formación de familias y profesionales pueda ser un excelente punto de partida. Claro que, primero, habría que sensibilizarles y motivarles a través de diferentes intervenciones, cursos y actividades de formación no solo para ellos/as, sino también para hermanos/as, monitores de tiempo libre, voluntariado, educadores/as, profesionales de atención directa…etc.

Padres y profesionales deben superar algunas sospechas y dudas que han predominado años atrás, y sumar juntos.  La sociedad debe también recibir mensajes de cambio y de normalidad en estos colectivos. Hemos de afirmar que nuestra experiencia en la formación de padres, madres y profesionales, a lo largo de más de 40 años, ha sido extraordinariamente positiva y por eso no dudamos en señalar que este camino puede ser un buen comienzo.

En el próximo artículo plantearemos algunas consideraciones prácticas.

José Luis García es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política” en Navarra, editado por Amazon.

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