Me pones. No puedo esconder el calor que se sube a mis mejilas si te pienso a media noche. No puedo no acordarme de ti, y de tus manos haciendo manualidades con mi piel. Me pones.
Pero no solo me ponen tus ojos tristes, tu barba de tres días, tus pestañas eternas o tus dientes torcidos. No solo me pone el vello de tu pecho, tus piernas musculadas o el tatuaje que te corona el muslo. Me pones cuando no tienes intención de hacerlo.
Me pones cuando conduces. Me pone verte conducir. Como manejas el volante, como lo sueltas cuando hablas. Como cantas a voces la música que sintonizas en la radio. Como corres cuando no se puede y como esquivas los coches patrulla. Como te ríes cuando lo consigues.
Me pones cuando te ríes de todo y de nada. Como tú solo empiezas a divagar y a reírte de tus propios chistes. Cuando sueltas la risa en el momento más inapropiado. Cuando te comento algo en voz baja y te ríes a gritos.
Me pones cuando te cae el pelo por la cara. Cuando te peinas pero los mechones, tan rebeldes como su dueño, no se dejan domar.
Me pones cuando haces música. Cuando haces ritmo sobre cualquier superficie mínimamente sonora… o sobre mi culo porque «es que suena bien». Cuando afinas el instrumento y tratas las cuerdas de tu guitarra con la delicadeza de la seda, y empiezas a hacer magia. Cuando cantas y sacas de dentro todo aquello que es tuyo pero no quieres que te pertenezca. Porque te hace humano.
Me pones cuando me pides que te cuente historias. Porque te gusta escucharme hablar. Porque mi locura es la misma que la tuya, pero yo la saco con letras y tú con acordes. Como me miras cuando te cuento leyendas de lunas, soles y estrellas.
Me pones cuando intentas bailar. Porque no sabes, pero dices que si es conmigo bailas hasta que amanezca.
Me pones cuando abres tu corazón. Ese que tienes y que no te gusta sentir. El que te juega malas pasadas y al que le niegas tantas cosas… eres bueno, pero no lo sabes. Créetelo, déjame decírtelo. Eres luz y un eterno verano. Brisa del océano que llena de vida mis ojos apagados. Me pones cuando me cuentas pasajes oscuros de tu vida y como peleaste, solo, por salir. Como te alzas como un guerrero sin tú saber que lo eres. Porque mi niño, eres un superviviente, como yo.
Me pones cuando haces el tonto. Y lo haces mucho. Tu risa es mi punto G.
Me pones cuando me dices que somos iguales. Porque lo somos, a nuestra manera. Tú eres más el día, yo soy más la noche. Tú te vas de juerga con las nubes y yo soy como la Luna… que es la más puta porque se va con todos los poetas. Hasta tu llegada, que me cantas poemas y amaneces conmigo. Como el Sol.
Me pones siempre. No sé si para siempre pero sí muy dentro. Y te siento si te pienso, te pienso cuando me acuerdo y por más que quiera no te olvido. Vives en mi mente y de noche te escapas a mis braguitas. Y aunque te fuiste, te sigo esperando. Y te esperaré aunque no quiera. Porque si me dices ven lo dejo todo… pero dime ven.