En estas mismas páginas hemos abordado algunos aspectos relacionados con la sexualidad y el poder. Hoy toca hacerlo con uno que refleja con nitidez las consecuencias de las desigualdades existentes en nuestra sociedad entre hombres y mujeres y del mal uso del poder por parte de algunos varones. La ONU advierte que hay más de cinco millones en el mundo que son víctimas de trata con fines de explotación sexual. Una parte pequeña de los cerca de 14 millones que hay según Havocscope.
La pobreza de las mujeres y niñas y las injusticias Norte-Sur son elementos relevantes que considerar también ya que la inmensa mayoría que se prostituyen no lo hace libremente. Parece ser cierto que son una minoría la que se dedica a ello como opción profesional para ganarse la vida y, excepcionalmente algunas, -al igual que ocurre con las que se meten al porno- lo hacen para “complementar gastos”. Vamos a hablar de la pornografía y la prostitución que tienen muchas cosas en común y que, a mi juicio, van a ser dos desafíos relevantes para el siglo XXI.
Pornografía y prostitución, juntas
Particularmente la prostitución, no me dirán que no es asunto peliagudo. De hecho, algunos medios evitan su abordaje, a tenor de que sigue siendo un tema tabú, sin glamour alguno, del que la sociedad huye como si de la peste se tratara, –aparcado en los clubs de carretera, fuera de la ciudad- Pero es preciso advertir que nos encontramos ante un fenómeno que tiene extraordinarias implicaciones sociales y que, además, es un problema de salud para todos/as los implicados/as en el asunto.
Las cosas han cambiado. Los pisos de prostitución ya están en nuestro barrio, como las salas de juego, dispuestos a hacer un suculento negocio con dinero negro. Y a tenor del consumo de prostitución, tal vez podríamos pensar que algún vecino con el que nos cruzamos en el ascensor es cliente asiduo, ya que España es el país europeo (segundo del mundo por detrás de China) de mayor consumo. En el consumo de porno (según PornHub) ocupamos el 13º, que no está nada mal.
La prostitución y la pornografía han estado integradas en nuestra sociedad, aunque siempre clandestinas, destinadas a los varones adultos en exclusiva y abiertas a aquellos jóvenes que querían incorporarse a esa condición de mayores, como rito de iniciación. Esto también ha cambiado. La prostitución, desde muy antiguo, escondida en burdeles y, el porno, permitido en cines especiales, en revistas un tanto mugrosas y en videos desgastados que se alquilaban en los videoclubs o comprados en una gasolinera. Ahora es otra cosa. Internet ha metido el porno más violento en nuestra casa. Gratuito las 24 horas. Por tanto, la accesibilidad total ha llegado a estos dos a estos dos fenómenos que parecen normalizarse en nuestra sociedad.
Como saben los lectores, a nosotros nos interesan las implicaciones educativas de todo ello. Parece que en los tiempos actuales los jóvenes españoles no solo acuden a los burdeles como puerta de entrada a “hacerse mayores”, sino que lo hacen como clientes habituales. En el documental El Proxeneta, el protagonista relata con detalle la estrategia de los burdeles encaminada a ofrecer a los jóvenes servicios de prostitución: darle lo mismo que la discoteca y además con premios de sexo real. A su juicio el resultado fue un rotundo éxito.
Convendría tener en cuenta, desde el plano de la prevención, este hecho: un importante número de jóvenes varones parecen ser grandes consumidores de porno y prostitución simultáneamente. A tenor de que, con frecuencia, este aspecto es motivo de preguntas y desconcierto en buena parte de las personas que acuden a nuestras conferencias, cuando planteamos esta cruda realidad, consideramos que la educación es un elemento clave para evitar de riesgos.
José Luis García es Dr. en Psicología, especialista en Sexología, y autor del libro “Sexo, poder, religión y política”, editado por Amazon.