Hoy para mí es un día especial, puede ser mi gran noche. Siempre confié en Raphael como oráculo nocturno y nunca me fue mal con él. Hasta ahora. La cena de empresa junta en una misma mesa a los veteranos de la compañía junto los más jóvenes. Y yo soy el yogurín por antonomasia, como bien me recuerdan esas mujeres, ya madres, a las que mi amigo Julián llama MILF, quizá con razón. El otro día se mosquearon porque les recordé que Raphael era más de su época que de la mía, pero ya lo dejaron caer: «Ay, si tú supieras lo que nosotras sabemos».

Aquí estoy ahora, en este restaurante que ha elegido el jefe. Unos entrantes mustios han precedido a un solomillo algo seco, lo típico en unas cenas de este tipo. Al menos han corrido el vino y la cerveza y voy ya piripi, por decir algo. Mi ubicación es perfecta, rodeado de sendas divorciadas que ya han soplado muchas velas pero que tienen una mente más joven que la mía. Lo sintieron de verdad cuando les anuncié que tengo una buena oferta para trabajar en otro lado. Yo también las echaré de menos, pienso mientras vacío mi copa y observo de refilón las potentes curvas de Marta.

Casi sin darme cuenta hemos puesto rumbo a una discoteca de auténticos puretas. A mí ya me da igual el destino. Solo sé que mi jefe me ha invitado a un deleznable whisky y que Marta sabe lo que hace cuando se mueve. Tiene razón cuando dice que las «chavalitas de hoy en día» no saben lo que es menear el culo. La opresión de mi bragueta lo corrobora y mi mano ya se ha instalado en su cadera mientras noto todo su cuerpo contra mí.

La edad no perdona y la fiesta acaba antes de lo esperado. Un compañero ha visitado el baño demasiado a menudo y ahora no se tiene en pie; el resto está cansado. Solo quedamos ella y yo, otra canción que hemos bailado como descosidos mientras ella recordaba a Ricardo, su ex. Vale, ya está, dejémonos de engaños. Me estoy liando con ella, 20 años mayor, tras la cena de empresa. El sueño de varios de mis colegas se está haciendo realidad a través de mí.

La cena de empresa terminó en la cama familiar de Marta.

Acabo de descubrir lo que sabe hacer Marta. Me ha guiado al dormitorio tras meterme mano en el ascensor y ha tumbado el marco de la foto familiar, en el que aparece junto a su hijo. Me ha tumbado sobre la cama matrimonial que ya nadie ocupa junto a ella. Me ha desnudado muy despacio, me ha impedido hacer nada y me ha mirado a los ojos mientras me hacía la mejor mamada de mi vida. Ha acercado su rostro a unos centímetros de mis labios, los ha lamido y se ha encaramado sobre mí mientras ella misma se la metía.

Tenía que haber sospechado cuando unas horas antes me dijo que a ver si hacíamos ejercicio para bajar la cena. Arriba y abajo, ella controla el ritmo y me dicta lo que he de hacerle. Le gusta que le apriete el culo mientras me cabalga; acerca sus grandes pechos a mi lengua para que le muerda esos generosos pezones. El sexo con ella está a años luz del que tengo con las chicas de mi edad, me sorprendo pensando mientras Marta pone las palmas de sus manos sobre mi pecho.

El orgasmo no desmerece al resto de la noche. Me he corrido como nunca, jadeando en su oído como un rottweiler subiendo unas escaleras. Después he bajado yo a su pubis rasurado y he intentado compensar. Creo que ha gozado, pero tengo dudas de que de forma equiparable a la mía. Ahora está en el baño. Me ha jurado que aún queda mucha noche tras aquella cena de empresa. Quiero comprobar mi vigor juvenil. Levanto la foto familiar y la veo sonriente, al lado de Julián. A ver cómo se lo explico mañana.

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