¿Lo que más me gusta del sexo? Es el ambiente que lo envuelve. Hay muchas veces que son los recuerdos del mismo, los escenarios que habito y juegos previos y posteriores los que más me atraen. Justo como está sucediendo ahora.
Con cada amante, vivo una historia. Algo que se queda estancado en el tiempo y se guarda y llevo conmigo. Por eso no me gusta repetir ni humanizar el sexo. ¿Si es un defecto? No lo sé. Pero esto es lo que me genera una sensación de libertad y me hace sentir viva.
Está amaneciendo y me estoy bebiendo un café. Odio la leche y el azúcar y, por eso, en mi casa nunca hay. Espero que cuando él se despierte, se conforme con ello, si quiere quedarse. Nunca invito a desayunar a las personas cuando se quedan, me gusta terminar de ver que opción toman por si mismas. Ahí existe un poco de magia.
Soy madrugadora y los días que tengo tiempo libre me gusta alargar ese ambiente del que estoy hablando gracias a sutiles gestos. Por ejemplo, sigo desnuda, me encanta pensar en pequeñas escenas de lo que ha sucedido, como si de fotogramas de películas se tratasen, mientras los mechones rubios de mi pelo, todavía enredados, rozan con mis pezones.
Hace un clima agradable. La piel de mis piernas anda erizada pero no es por el frío. Bebo un poco de mi café, el cual está en una taza que agarro con ambas manos, y recuerdo ese primer gin tonic con el que se me acercó a hablar. Se extrañó de que estuviese sola, no es el primero.
Cuando busco la oportunidad de pasar una noche inolvidable, de esas que quiero retener en mi memoria, cuando me encuentre sola en la ducha o me haya aburrido de leer estando tumbada en la cama, no me gusta ir con amigas. No puedes dejar de conversar cuando tú quieras, ni todas van a ser como Jackie y va a parecerles divertido meterse junto a un desconocido entre tus sábanas.
Ir sin compañía a un bar o a tomar una copa, con tus mejores tacones y sin perder la elegancia, les encanta. La intimidación y el miedo se clavan en su sistema nervioso mientras generan adrenalina y me encanta. Ser cortejada como si fuese una veinteañera sensible no está de moda. Al menos para mí, nunca lo estuvo.
Disfruto con la verdad y con conversaciones cortas. Gracias a esas primeras sensaciones se hacen una idea de lo que soy y saben que tienen poco tiempo para sorprenderme sino quieren que venga otro y les arrebate el puesto. Sonrío mientras pienso en esto, quizás a ti, mi lector, te parezca prepotencia pero, los seres humanos somos todos iguales.
Si adoptas esa actitud en un bar lleno de lesbianas que van con vestidos y largas melenas o, por el contrario, con anchos vaqueros y cabezas rapadas, si te adentras en el pub en donde se encuentran los ejecutivos de afterworking disfrazados con sus trajes, si es noche de chaqueta de cuero y fiesta en el local de BDSM de tu ciudad o si quieres follarte a ese joven que acaba de terminar su carrera de artes y cree que se va a comer el mundo, nunca falla.
Y así, se da inicio a una gran velada nocturna, llena de gemidos y acciones que dejarán el flujo pegado a mi entrepierna durante la mañana siguiente mientras yo, tranquilamente, solo me tengo que preocupar de hacerme un café.