El miedo a ser descubiertos atenazaba nuestros cuerpos pero, a la vez, la excitación del momento hacía que quisiéramos seguir, no parar. Nos metimos en aquella estancia, la primera puerta que encontramos, resultó ser la habitación de matrimonio. Una cama muy grande rezaba en medio de aquella sala. No sabíamos qué hacer.
Nos miramos, nuestros ojos hablaban y pedían a gritos que nos fundiéramos en un abrazo, en un beso. Que incendiáramos aquella habitación con nuestros cuerpos. Empezamos a besarnos hasta que nos llegara a estorbar la piel. Nuestras manos no podían estarse quietas, recorrían cada rincón de nuestros cuerpos, su cara, sus pechos, su trasero. Ella se centró en mi cuello y mi espalda, con sus uñas medio acariciaba, medio arañaba, esa sensación me ponía los pelos de punta y me iba endureciendo poco a poco.
La cama al fondo nos estaba lanzando una invitación de seguir jugando sobre ella. La posé y empecé a besarle el ombligo; nuestras ropas ya hacía tiempo que sobraban en nuestros cuerpos. Ella agarró mi pelo con fuerza, parecía que llevase tiempo deseando que llegara aquel momento. Recorrí cada rincón de su cuerpo con mi lengua, examinando en qué puntos se estremecía más.
La oreja, el cuello y la parte interna del muslo parecían ser sus puntos débiles, así que allá fui. Pasé mi lengua por fuera de su oreja, comencé a susurrarle cosas para ver su reacción. Ella tenía los ojos cerrados, se iba mordiendo los labios a cada palabra que le decía y posteriormente se los humedecía. Giró la cabeza hacia la izquierda, como lanzándome una invitación a que comenzará con su cuello. Pasé la punta de la lengua por él y le di pequeños mordiscos.
Comenzaron a oírse pequeños gemidos y sus manos agarraron con fuerza las sábanas, seguí bajando por su cuerpo. Hice un pequeño alto en sus pechos. Suaves, deliciosos. Recorrí con mi lengua todo el contorno para provocar que se pusieran duros y firmes. Continué mi camino. Una mano de ella se encontraba agarrando con firmeza la ropa de la cama y la otra volvió a mi pelo, me marcaba el camino de donde quería que fuese. Ambos queríamos ir al mismo sitio.
Llegué a su sexo, y empecé a besarlo por el pubis, suave, delicado, y perfumado. Aquella fragancia me embriagó. Puse mis labios sobre la parte interna de sus muslos, aquí sabía que le haría sentir mucho placer, así que rodeé con mis manos sus piernas para que no pudiera cerrarlas. Le susurré: – Mírame a los ojos.
Ella incorporó un poco la cabeza y me obedeció. Tenía las labios rojos de mordérselos. Sentía mucha calor, su sexo estaba ardiendo y al pasar mis dedos por él también estaba húmedo. Pasé mi lengua para recoger esos flujos. Al principio la movía muy despacio de arriba a abajo y para abrirme sitio dentro de él. Tampoco podía entretenerme mucho, no fuese a ser que nos echaran de menos los de la fiesta y les diera por buscarnos.
Comencé a jugar con su clítoris, con mi mano abrí bien sus labios y lo puse a mi alcance. La punta de mi lengua comenzó a rodearlo. La miré a los ojos, ella dejaba caer la cabeza hacía atrás para suspirar. Estaba recostada sobre sus brazos, no quería perderse por nada del mundo aquel momento. Quería visualizarlo para grabarlo en su mente.
Cada vez mi lengua jugueteaba más rápido y sus pequeños gemidos se convertían en excitantes jadeos. Agarraba mi cabeza con más fuerza y la usaba como apoyo para incorporarse. Notaba que estaba a punto de tener un orgasmo, así que introduje un dedo dentro de ella e intenté buscar su punto G a la vez que mi lengua y mis labios se ocupaban de su clítoris.
Introduje un segundo dedo, así me sería más fácil. Tampoco me dio mucho tiempo a usarlo. Empezó a gritar: – Me corro, me corro… Mi lengua, mis labios y mis dedos se hicieron solo uno. Iban todos al mismo ritmo, marcando su orgasmo.
Me agarró con muchísima fuerza del pelo, expulsó un jadeo que, de no haber música en la casa, hubiera retumbado por cada rincón y cayó exhausta encima de la cama. A los cinco minutos, aparecimos los dos por la fiesta de nuevo, como si no hubiese pasado nada. ¿Se habían percatado de nuestra ausencia? ¿Nos habrían echado de menos?
Imagen de portada: lafiera.mx